Fuente: El Faro Digital
Escrito por Antonio David Palma Crespo
No es una queja más de un usuario cansado de ver como las navieras, indiferentes, tratan a sus clientes, porque saben que si ellas se enfadan y nos castigan sin barcos, nos quedamos incomunicados. Ahí radica la prepotencia, la falta de atención y la táctica de oídos sordos ante las reclamaciones que ya al ser tan repetitivas, carecen de validez.
Pero digo que este artículo no es una mera protesta, sino un aviso antes que ocurra una tragedia. Es bastante triste y macabro que una muerte sirva más que miles de quejas que anuncian un terrible desenlace. Por eso trato de advertir a las navieras que tomen medidas, que aunque como compendio de empresarios vayan buscando el máximo beneficio y las mínimas pérdidas, su conciencia, eso que llaman responsabilidad social corporativa, les ponga en alerta y busquen soluciones antes de sumar muertes en su haber, donde aparecen sus numerosas cifras de beneficio.
Este viernes, cuando retornaba a mi ciudad, sufrí una odisea, una más de las que ya han sufrido miles de viajeros que ven como el dios del mar agita las aguas del Estrecho y nos quedamos incomunicados. Más de veinticuatro horas en la estación marítima de Algeciras, siendo lo más positivo las personas que conoces, que a un escritor como yo, sirven de fuente para beber en futuras novelas.
Ni mucho menos estoy achacando a las navieras que tengan la culpa de los temporales. Su responsabilidad comenzó cuando embarqué. Después de anunciar la salida de un buque y soportar unas colas sin orden que me recordó a las carreras de bultos en la frontera del Tarajal (por cierto no había ni policías nacionales, ni guardias civiles ni guardamuelles), a los pasajeros que íbamos a pie, cargados de maletas, además de algunos padres con carros de niños pequeños por no hablar de personas mayores, nos hicieron bajar una escalera para acceder al barco por donde lo hacen los vehículos. A continuación tuvimos que subir alrededor de seis tramos de escaleras, el esfuerzo nubló mi facultad de contar, con escalones estrechos, que favorecen un efecto dominó en el caso de caer una persona. Una vez atracados en Ceuta, anunciaron por megafonía una salida que nadie encontraba. Por los pasillos íbamos deambulando cientos de pasajeros buscando una salida que no fue la que anunciaron ya que otra vez tuvimos que bajar unas cuatro plantas para volver a salir por donde los automóviles. No había nadie de la naviera que indicara por dónde ir, estábamos atrapados en pasillos, abarrotados de gente. Gracias a algunos aventureros que investigaron puertas que al abrirse dejaban ver pasillos que no sabíamos donde conducían, fuimos buscando al azar una salida. Una vez en tierra, subir otra escalera para mezclarnos con las personas que iban a embarcar, y formar un nuevo atasco humano.
De nuevo reitero que no es una nueva queja de un usuario cansado aunque lo dicho antes parezca. Lo que anteriormente he descrito me sirve como argumento para avisar a las navieras que tomen medidas para solucionar estos desórdenes. Un temporal no es una contingencia, es una realidad que ocurre cada vez con más frecuencia gracias al cambio climático que hemos provocado. Por eso un temporal no puede tomar desprevenidas a las navieras. Hay que mejorar los accesos de los barcos para evitar que personas mayores y padres con carros de niño asciendan y desciendan por escaleras estrechas. Hay que aumentar la información para que los pasajeros sepan donde están las salidas…
Navieras: los pasajeros permanecimos casi una hora para desembarcar. Si hubiera ocurrido un incendio: ¿cuántas muertes estaríamos llorando?
Escrito por Antonio David Palma Crespo
No es una queja más de un usuario cansado de ver como las navieras, indiferentes, tratan a sus clientes, porque saben que si ellas se enfadan y nos castigan sin barcos, nos quedamos incomunicados. Ahí radica la prepotencia, la falta de atención y la táctica de oídos sordos ante las reclamaciones que ya al ser tan repetitivas, carecen de validez.
Pero digo que este artículo no es una mera protesta, sino un aviso antes que ocurra una tragedia. Es bastante triste y macabro que una muerte sirva más que miles de quejas que anuncian un terrible desenlace. Por eso trato de advertir a las navieras que tomen medidas, que aunque como compendio de empresarios vayan buscando el máximo beneficio y las mínimas pérdidas, su conciencia, eso que llaman responsabilidad social corporativa, les ponga en alerta y busquen soluciones antes de sumar muertes en su haber, donde aparecen sus numerosas cifras de beneficio.
Este viernes, cuando retornaba a mi ciudad, sufrí una odisea, una más de las que ya han sufrido miles de viajeros que ven como el dios del mar agita las aguas del Estrecho y nos quedamos incomunicados. Más de veinticuatro horas en la estación marítima de Algeciras, siendo lo más positivo las personas que conoces, que a un escritor como yo, sirven de fuente para beber en futuras novelas.
Ni mucho menos estoy achacando a las navieras que tengan la culpa de los temporales. Su responsabilidad comenzó cuando embarqué. Después de anunciar la salida de un buque y soportar unas colas sin orden que me recordó a las carreras de bultos en la frontera del Tarajal (por cierto no había ni policías nacionales, ni guardias civiles ni guardamuelles), a los pasajeros que íbamos a pie, cargados de maletas, además de algunos padres con carros de niños pequeños por no hablar de personas mayores, nos hicieron bajar una escalera para acceder al barco por donde lo hacen los vehículos. A continuación tuvimos que subir alrededor de seis tramos de escaleras, el esfuerzo nubló mi facultad de contar, con escalones estrechos, que favorecen un efecto dominó en el caso de caer una persona. Una vez atracados en Ceuta, anunciaron por megafonía una salida que nadie encontraba. Por los pasillos íbamos deambulando cientos de pasajeros buscando una salida que no fue la que anunciaron ya que otra vez tuvimos que bajar unas cuatro plantas para volver a salir por donde los automóviles. No había nadie de la naviera que indicara por dónde ir, estábamos atrapados en pasillos, abarrotados de gente. Gracias a algunos aventureros que investigaron puertas que al abrirse dejaban ver pasillos que no sabíamos donde conducían, fuimos buscando al azar una salida. Una vez en tierra, subir otra escalera para mezclarnos con las personas que iban a embarcar, y formar un nuevo atasco humano.
De nuevo reitero que no es una nueva queja de un usuario cansado aunque lo dicho antes parezca. Lo que anteriormente he descrito me sirve como argumento para avisar a las navieras que tomen medidas para solucionar estos desórdenes. Un temporal no es una contingencia, es una realidad que ocurre cada vez con más frecuencia gracias al cambio climático que hemos provocado. Por eso un temporal no puede tomar desprevenidas a las navieras. Hay que mejorar los accesos de los barcos para evitar que personas mayores y padres con carros de niño asciendan y desciendan por escaleras estrechas. Hay que aumentar la información para que los pasajeros sepan donde están las salidas…
Navieras: los pasajeros permanecimos casi una hora para desembarcar. Si hubiera ocurrido un incendio: ¿cuántas muertes estaríamos llorando?
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