Fuente: Faro de Vigo
Tres semanas pasaron ya desde que los treinta y seis tripulantes del “Alakrana” –ocho de ellos gallegos y otros tantos vascos- fueran secuestrados a bordo de su propio buque por una banda de piratas somalíes. No se puede decir que el Reino de España bajo cuya bandera faenaban haya hecho gran cosa por protegerlos. El Gobierno se limitó a culpar a los marineros de su propia desgracia –por trabajar donde no debían- y el poder judicial enredó aún más el asunto al reclamar a los dos bucaneros apresados.
Todos los datos sugieren que la apresurada y probablemente inoportuna intervención de los jueces ha venido a complicar la puesta en libertad de los cautivos. No sólo se trata de que los magistrados ignoren qué hacer con los detenidos. Lo peor del caso es que el enjuiciamiento de los dos piratas pueda servir a sus colegas como pretexto para aumentar sus exigencias y la cuantía del rescate.
Cumple no olvidar que los modernos bucaneros del Índico son gente que –de parecido modo a los etarras- no duda en buscar disculpas ideológicas para perpetrar sus fechorías. Alegan en efecto algunos de sus comandantes que, a falta de un Estado propiamente dicho en Somalia, los piratas están supliendo las funciones de la inexistente Armada de ese país. De acuerdo con tal hipótesis, no serían en realidad los filibusteros que parecen, sino una especie de ejército irregular cuya misión consiste en multar a los pesqueros que faenan en sus aguas.
Puede que esto parezca una desfachatez, pero lo cierto es que no hay nada de lo que extrañarse. En realidad, las organizaciones mafiosas –y las terroristas- tienden a mimetizarse con el Estado sin más que asumir con distinta denominación sus funciones. La extorsión, por ejemplo, adopta en estos casos el mucho más respetable nombre de “impuesto revolucionario”, a la vez que el secuestro se convierte en un mero “arresto” y los asesinatos a sangre fría pasan a ser “ejecuciones”. Por supuesto, lo que algunos retrógrados insisten en llamar terrorismo no sería en realidad otra cosa que una romántica variante de la “lucha armada”.
Cierto es que el peso de la Historia hace difíciles, a veces, las matizaciones. Los nazis que ocuparon Europa, por ejemplo, solían reputar de “terroristas” a los maquis que en Francia se oponían al invasor. Y un siglo antes, las fuerzas de Napoleón reducían a la mera condición de “bandidos” a los españoles que apoyaron –con notable éxito- la lucha de las tropas británicas contra el invasor francés de la Península. Por no hablar ya, claro está, de ciertos corsarios como Sir Francis Drake, pirata al que la Corona inglesa armó caballero como premio a sus correrías, asaltos y robos en las costas de medio mundo, incluyendo las de Galicia.
Más allá de la palabrería, la mera aplicación del sentido común ayuda sin embargo a discernir en cada ocasión quienes son las víctimas y quienes los verdugos. No hay la menor duda, desde luego, en el caso del “Alakrana”: un pesquero que en el momento de su captura se encontraba faenando en aguas internacionales precisamente para evadir el acoso de sus captores. Aguas que, como su propio nombre sugiere, no son de nadie o son de todos; pero en absoluto competencia de la Armada de cualquier país y menos aún de una banda de piratas constituidos en fuerza irregular al servicio de Somalia. Salvo que por Somalia se entienda su bolsillo, naturalmente.
Por desgracia, no han de faltar aquí gentes que asuman la monserga anticolonial de los bucaneros, aunque eso poco importe. Lo más triste del asunto es que ni el Gobierno ni los jueces han hecho hasta ahora otra cosa que enredar aún más un problema ya de por sí complicado. Y aunque la experiencia indique que el secuestro del “Alakrana” va a tener un final feliz, nadie quitará a los marineros la idea de que viven bajo la protección de un Estado virtual. Es decir: supuesto, improbable, inverosímil.
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