Fuente: La Jornada
José María Pérez Gay/II y último
A principios de la década de 1990, la piratería y robo en los puertos se expandió por todo el continente americano. En los bien vigilados muelles de Canadá y Estados Unidos los asaltos piratas habían comenzado a multiplicarse por esas fechas. Los puertos de Miami, Nueva York, Nueva Jersey, Los Ángeles y Long Beach se convirtieron en fortalezas de la organización de hurtos marítimos, cuyas ganancias anuales alcanzaron 100 millones de dólares. En los puertos latinoamericanos, donde la seguridad policiaca casi no existe, ese tipo de pillaje aumentó con insólita rapidez; la pobreza de la gente es caldo de cultivo para la piratería.
Los asaltos a los yates de lujo –tanto en los puertos como en alta mar– son otro blanco favorito. En 2005, la Organización Marítima Internacional reportaba en el continente americano 159 hurtos a esas embarcaciones particulares. El 5 de diciembre de 2001, el enorme velero Nueva Zelandia, puesto al estudio de la protección del medio ambiente, bajo el cuidado de Peter Blake, dueño de la naviera, atracó en Santana, muy cerca de la salida al mar del Amazonas. Después de una amplia expedición por el Antártico, Peter Blake debía internarse río arriba y seguir el recorrido por el Amazonas. En la noche de ese día 12 hombres enmascarados abordaron el velero, intentaron someter a la tripulación e hicieron fuego. Los marinos ofrecieron resistencia, y después de varias ráfagas de metralleta Peter Blake había muerto. Desde entonces, esa embarcación ha desaparecido.
El 7 de abril de 2008, un grupo de piratas de Somalia secuestró a 30 tripulantes de un velero de lujo, Le Ponant. Una semana después el propietario pagó un rescate y los delincuentes liberaron el barco. El ejército francés persiguió a los secuestradores y días más tarde helicópteros especiales de la armada francesa bombardearon el refugio de los piratas en Puntlandia, uno de los estados separatistas de Somalia; mataron a siete bucaneros y recuperaron una parte del botín.
El mar Rojo es una de las principales rutas navieras entre Asia e India, pero también derrotero directo a Europa. Todo género de buques mercantes y barcos atraviesan sus corrientes; la entrada al mar Rojo mide sólo 32 kilómetros. El acceso se vuelve aún más estrecho por la isla Bab el Mandeb, la puerta de las lágrimas, situada entre Yemen y la república de Dijbouti.
Sin duda Somalia es el más sobresaliente de los estados fallidos del planeta. La cruenta guerra civil somalí (1988-1996) devastó su infraestructura, provocó la completa descomposición social, dividió al país y causó la muerte de 600 mil personas. Las diversas fuerzas políticas y los clanes formaron los partidos de la guerra que ejercen el poder en diferentes regiones del territorio somalí. Los más notables señores de la guerra son Muhammad Qanyare Afrah, Hussein Aideed, hijo del antiguo y poderoso señor de la guerra, el general Aideed y Sheikh Sharif Sheikh Ahmed, presidente del gobierno nacional de Transición, cuyo control político se circunscribe a la capital de Mogadiscio.
Los habitantes de Somalia son, sin exagerar, rehenes de las fuerzas armadas, que sólo persiguen el exterminio de los otros. Naciones Unidas buscó en 1992, con la ayuda militar de varios estados, restablecer la paz y combatir la hambruna que asolaba el territorio (ONUSOM). El proyecto de paz de Naciones Unidas fracasó ante la obstinada resistencia de los señores de la guerra, que rechazaban toda ayuda. La guerra civil se prolonga hasta nuestros días. En 1995 las fuerzas de esa organización mundial anunciaron su retirada; fue uno de sus grandes fracasos.
La creciente desintegración de Somalia hizo que aumentaran las actividades criminales marítimas. Los piratas somalíes se encuentran en las fuerzas armadas de los señores de las guerra, pero también entre los pescadores, que mientras tanto se han transformado en otro grupo armado. Si en 1991 se registraron dos asaltos piratas frente a las costas de Somalia, en 1994 fueron 14, en 1999, 27, y en 2006, 39. Ahora piden 7 millones de dólares para liberar al matrimonio británico secuestrado el pasado 23 de octubre en su velero, Lynn Rival.
Según la Organización Marítima Internacional, veleros y yates deben abstenerse de cruzar la puerta de las lágrimas. No hay que acercarse demasiado a las costas de Somalia, Yemen y Djiboutis, porque desde hace más 15 años se ha perdido la cuenta de los abordajes y asaltos piratas. Nadie escapa a la piratería somalí. Rusia tiene toda la tripulación del Thai III, un gran buque mercante, en manos de los piratas desde el 17 de septiembre. La negociación para conseguir su liberación ha sido muy ardua y, a veces, parece imposible. China ha desplegado tres navíos de guerra en el océano Índico, pero nada pudieron hacer para impedir el secuestro, el pasado 19 de octubre, del mercante Hin Xai, con 28 tripulantes a bordo. Los chinos aseguraron que estuvieron negociando su liberación, pero no se conocen los detalles.
La región geoestratégica de los mares Asia-Pacífico abarca desde los estados asiático continentales de Afganistán hasta Japón y Rusia, y sus antiguas repúblicas vía Papúa Nueva Guinea y las islas Marianas. En esta zona la piratería se ha instalado en zona clave para el desarrollo de la economía en el siglo XXI. La región dominada por los piratas se extiende desde la India y Sri Lanka vía Myanmar, Malasia, Indonesia y las Filipinas, hasta las costas del sur de China. La mitad del comercio mundial marítimo recorre los mares asiáticos, en especial por el canal de Malakka. Japón depende totalmente de sus importaciones de petróleo, China en menor medida también.
Los mares del archipiélago filipino son tan peligrosos como las costas de Somalia. La piratería cuenta con una tradición de siglos en los habitantes musulmanes, los moros. Entre 1987 y 1990, Filipinas ha padecido más de 250 asaltos piratas. Siete son los buques mercantes secuestrados que nadie volvió a ver, porque los piratas filipinos los desmantelan y venden por partes.
José María Pérez Gay/II y último
A principios de la década de 1990, la piratería y robo en los puertos se expandió por todo el continente americano. En los bien vigilados muelles de Canadá y Estados Unidos los asaltos piratas habían comenzado a multiplicarse por esas fechas. Los puertos de Miami, Nueva York, Nueva Jersey, Los Ángeles y Long Beach se convirtieron en fortalezas de la organización de hurtos marítimos, cuyas ganancias anuales alcanzaron 100 millones de dólares. En los puertos latinoamericanos, donde la seguridad policiaca casi no existe, ese tipo de pillaje aumentó con insólita rapidez; la pobreza de la gente es caldo de cultivo para la piratería.
Los asaltos a los yates de lujo –tanto en los puertos como en alta mar– son otro blanco favorito. En 2005, la Organización Marítima Internacional reportaba en el continente americano 159 hurtos a esas embarcaciones particulares. El 5 de diciembre de 2001, el enorme velero Nueva Zelandia, puesto al estudio de la protección del medio ambiente, bajo el cuidado de Peter Blake, dueño de la naviera, atracó en Santana, muy cerca de la salida al mar del Amazonas. Después de una amplia expedición por el Antártico, Peter Blake debía internarse río arriba y seguir el recorrido por el Amazonas. En la noche de ese día 12 hombres enmascarados abordaron el velero, intentaron someter a la tripulación e hicieron fuego. Los marinos ofrecieron resistencia, y después de varias ráfagas de metralleta Peter Blake había muerto. Desde entonces, esa embarcación ha desaparecido.
El 7 de abril de 2008, un grupo de piratas de Somalia secuestró a 30 tripulantes de un velero de lujo, Le Ponant. Una semana después el propietario pagó un rescate y los delincuentes liberaron el barco. El ejército francés persiguió a los secuestradores y días más tarde helicópteros especiales de la armada francesa bombardearon el refugio de los piratas en Puntlandia, uno de los estados separatistas de Somalia; mataron a siete bucaneros y recuperaron una parte del botín.
El mar Rojo es una de las principales rutas navieras entre Asia e India, pero también derrotero directo a Europa. Todo género de buques mercantes y barcos atraviesan sus corrientes; la entrada al mar Rojo mide sólo 32 kilómetros. El acceso se vuelve aún más estrecho por la isla Bab el Mandeb, la puerta de las lágrimas, situada entre Yemen y la república de Dijbouti.
Sin duda Somalia es el más sobresaliente de los estados fallidos del planeta. La cruenta guerra civil somalí (1988-1996) devastó su infraestructura, provocó la completa descomposición social, dividió al país y causó la muerte de 600 mil personas. Las diversas fuerzas políticas y los clanes formaron los partidos de la guerra que ejercen el poder en diferentes regiones del territorio somalí. Los más notables señores de la guerra son Muhammad Qanyare Afrah, Hussein Aideed, hijo del antiguo y poderoso señor de la guerra, el general Aideed y Sheikh Sharif Sheikh Ahmed, presidente del gobierno nacional de Transición, cuyo control político se circunscribe a la capital de Mogadiscio.
Los habitantes de Somalia son, sin exagerar, rehenes de las fuerzas armadas, que sólo persiguen el exterminio de los otros. Naciones Unidas buscó en 1992, con la ayuda militar de varios estados, restablecer la paz y combatir la hambruna que asolaba el territorio (ONUSOM). El proyecto de paz de Naciones Unidas fracasó ante la obstinada resistencia de los señores de la guerra, que rechazaban toda ayuda. La guerra civil se prolonga hasta nuestros días. En 1995 las fuerzas de esa organización mundial anunciaron su retirada; fue uno de sus grandes fracasos.
La creciente desintegración de Somalia hizo que aumentaran las actividades criminales marítimas. Los piratas somalíes se encuentran en las fuerzas armadas de los señores de las guerra, pero también entre los pescadores, que mientras tanto se han transformado en otro grupo armado. Si en 1991 se registraron dos asaltos piratas frente a las costas de Somalia, en 1994 fueron 14, en 1999, 27, y en 2006, 39. Ahora piden 7 millones de dólares para liberar al matrimonio británico secuestrado el pasado 23 de octubre en su velero, Lynn Rival.
Según la Organización Marítima Internacional, veleros y yates deben abstenerse de cruzar la puerta de las lágrimas. No hay que acercarse demasiado a las costas de Somalia, Yemen y Djiboutis, porque desde hace más 15 años se ha perdido la cuenta de los abordajes y asaltos piratas. Nadie escapa a la piratería somalí. Rusia tiene toda la tripulación del Thai III, un gran buque mercante, en manos de los piratas desde el 17 de septiembre. La negociación para conseguir su liberación ha sido muy ardua y, a veces, parece imposible. China ha desplegado tres navíos de guerra en el océano Índico, pero nada pudieron hacer para impedir el secuestro, el pasado 19 de octubre, del mercante Hin Xai, con 28 tripulantes a bordo. Los chinos aseguraron que estuvieron negociando su liberación, pero no se conocen los detalles.
La región geoestratégica de los mares Asia-Pacífico abarca desde los estados asiático continentales de Afganistán hasta Japón y Rusia, y sus antiguas repúblicas vía Papúa Nueva Guinea y las islas Marianas. En esta zona la piratería se ha instalado en zona clave para el desarrollo de la economía en el siglo XXI. La región dominada por los piratas se extiende desde la India y Sri Lanka vía Myanmar, Malasia, Indonesia y las Filipinas, hasta las costas del sur de China. La mitad del comercio mundial marítimo recorre los mares asiáticos, en especial por el canal de Malakka. Japón depende totalmente de sus importaciones de petróleo, China en menor medida también.
Los mares del archipiélago filipino son tan peligrosos como las costas de Somalia. La piratería cuenta con una tradición de siglos en los habitantes musulmanes, los moros. Entre 1987 y 1990, Filipinas ha padecido más de 250 asaltos piratas. Siete son los buques mercantes secuestrados que nadie volvió a ver, porque los piratas filipinos los desmantelan y venden por partes.
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