Fuente: Ecodiario
Científicos británicos confirman que el hierro natural procedente de una isla volcánica incrementa la absorción de CO2 en el océano circundante, lo que ayuda a luchar contra el cambio climático.
Una vez que hemos liberado dióxido de carbono a la atmósfera, el daño está hecho. El transporte, especialmente los automóviles, es el principal emisor de este gas. Así que, una vez que escapa de nuestro tubo de escape, no hay remedio. ¿O sí?
La audaz idea que viene rondando a los científicos es la manipulación de los océanos para que absorban más CO2 de lo que ya de por sí hacen: fertilizar el fitoplacton con hierro. El fitoplacton es la flora flotante compuesta de algas microscópicas como las diatomeas entre otras y bacterias como las llamadas (para algunos de forma incorrecta) "algas verdeazuladas".
Se le ha llamado el "maná de los mares", pero en realidad el fitoplacton es el pulmón del mundo: es el mayor generador de oxígeno, y al mismo tiempo, la vía de entrada para captar el dióxido de carbono, romperlo con su maquinaria fotosintética, y capturar finalmente el carbono para incorporarlo en el cuerpo de los miles de millones de organismos que lo pueblan. Ahora, un grupo de científicos británicos presentan en la revista Nature los primeros resultados de un estudio llevado a cabo en el océano Antártico, en las aguas que rodean a las islas Crozet en la frontera norte, a unos 2200 kilómetros de distancia de la costa de Sudáfrica.
Las islas Crozet alimentan de hierro el agua
Las islas Crozet son de origen volcánico y proporcionan hierro a las aguas. Sin embargo, el metal es transportado hacia el norte de las islas por las corrientes oceánicas, por lo que las aguas del sur refleja una deficiencia de hierro. Las explosiones de fitoplacton se producen, por tanto, en el norte.
Durante el invierno, el agua se hace más rica en hierro y se acumula este metal. Con la llegada de la primavera y la luz, -hacia Octubre- el fitoplacton "explota" en el norte, y las oleadas duran semanas. En el sur, más pobre en hierro, el crecimiento se da a principios de diciembre, pero la explosión es más corta y fugaz. La naturaleza proporciona el hierro en el lugar adecuado.
"La absorción del CO2 por parte del agua puede ocurrir durante las 24 horas, pero el fitoplacton necesita luz para la fotosíntesis, por lo que absorbe el gas durante el día", comenta a Ecodiario el profesor Raymond Pollard, del Centro Oceanográfico Nacional de Southampton.
El proceso de respiración
El área de estas explosiones de fitoplacton cubre una superficie similar a la de Irlanda. Ahora bien, al crecer el fitoplacton absorbe CO2 de la atmósfera, pero una parte es liberada después en el proceso de la respiración. ¿Cuanto? No se sabe con certeza.
En teoría, si se fertilizara con hierro, la mayor captación de este gas podría traducirse finalmente en una acumulación en los sedimentos del fondo del mar, una vez que los millones de organismos microscópicos mueren y caen por gravedad. Pero el primer paso es comprobar si el carbono capturado se deposita en el fondo del mar.
Pollard y su equipo realizaron cuidadosas mediciones en las dos zonas, y presentaron la primera evidencia de que el carbono capturado en los primeros cien metros de mar por el fitoplacton fluye efectivamente hacia las profundidades, hasta los 3000 metros. Pollard explica que debajo de la "marea de fitoplacton que había sido fertilizado con hierro", su equipo encontró una cantidad de carbono entre dos y tres veces superior a las zonas de agua que estaban libres de estas algas microscópicas.
"Este fue el caso en los cien primeros metros, a 3.000 metros de profundidad e incluso en los sedimentos del fondo", asegura, que fueron entre dos y tres veces más ricos en carbono que los extraídos de las aguas del sur. Y esto ha venido sucediendo desde tiempos remotos, hace unos 10.000 años.
¿Podría hacerlo entonces el hombre?
En teoría, sembrar las aguas con hierro favorece el crecimiento del fitoplacton y aumentaría la capacidad de las aguas, pero los resultados de este experimento de medición sugieren que "quedan entre 15 y 50 veces por debajo de las estimaciones realizadas por la geoingeniería", escribe este experto en Nature.
Por ello manifiesta a Ecodiario que es necesario examinar los resultados del experimento del buque alemán Polarstern, por el que un grupo de científicos de varias nacionalidades, entre ellos dos españoles del Imedea -un centro mixto de investigación marina de la Universidad de Baleares y el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)- realizaran un experimento de siembra de hierro en aguas del suroeste del océano Atlántico.
Científicos británicos confirman que el hierro natural procedente de una isla volcánica incrementa la absorción de CO2 en el océano circundante, lo que ayuda a luchar contra el cambio climático.
Una vez que hemos liberado dióxido de carbono a la atmósfera, el daño está hecho. El transporte, especialmente los automóviles, es el principal emisor de este gas. Así que, una vez que escapa de nuestro tubo de escape, no hay remedio. ¿O sí?
La audaz idea que viene rondando a los científicos es la manipulación de los océanos para que absorban más CO2 de lo que ya de por sí hacen: fertilizar el fitoplacton con hierro. El fitoplacton es la flora flotante compuesta de algas microscópicas como las diatomeas entre otras y bacterias como las llamadas (para algunos de forma incorrecta) "algas verdeazuladas".
Se le ha llamado el "maná de los mares", pero en realidad el fitoplacton es el pulmón del mundo: es el mayor generador de oxígeno, y al mismo tiempo, la vía de entrada para captar el dióxido de carbono, romperlo con su maquinaria fotosintética, y capturar finalmente el carbono para incorporarlo en el cuerpo de los miles de millones de organismos que lo pueblan. Ahora, un grupo de científicos británicos presentan en la revista Nature los primeros resultados de un estudio llevado a cabo en el océano Antártico, en las aguas que rodean a las islas Crozet en la frontera norte, a unos 2200 kilómetros de distancia de la costa de Sudáfrica.
Las islas Crozet alimentan de hierro el agua
Las islas Crozet son de origen volcánico y proporcionan hierro a las aguas. Sin embargo, el metal es transportado hacia el norte de las islas por las corrientes oceánicas, por lo que las aguas del sur refleja una deficiencia de hierro. Las explosiones de fitoplacton se producen, por tanto, en el norte.
Durante el invierno, el agua se hace más rica en hierro y se acumula este metal. Con la llegada de la primavera y la luz, -hacia Octubre- el fitoplacton "explota" en el norte, y las oleadas duran semanas. En el sur, más pobre en hierro, el crecimiento se da a principios de diciembre, pero la explosión es más corta y fugaz. La naturaleza proporciona el hierro en el lugar adecuado.
"La absorción del CO2 por parte del agua puede ocurrir durante las 24 horas, pero el fitoplacton necesita luz para la fotosíntesis, por lo que absorbe el gas durante el día", comenta a Ecodiario el profesor Raymond Pollard, del Centro Oceanográfico Nacional de Southampton.
El proceso de respiración
El área de estas explosiones de fitoplacton cubre una superficie similar a la de Irlanda. Ahora bien, al crecer el fitoplacton absorbe CO2 de la atmósfera, pero una parte es liberada después en el proceso de la respiración. ¿Cuanto? No se sabe con certeza.
En teoría, si se fertilizara con hierro, la mayor captación de este gas podría traducirse finalmente en una acumulación en los sedimentos del fondo del mar, una vez que los millones de organismos microscópicos mueren y caen por gravedad. Pero el primer paso es comprobar si el carbono capturado se deposita en el fondo del mar.
Pollard y su equipo realizaron cuidadosas mediciones en las dos zonas, y presentaron la primera evidencia de que el carbono capturado en los primeros cien metros de mar por el fitoplacton fluye efectivamente hacia las profundidades, hasta los 3000 metros. Pollard explica que debajo de la "marea de fitoplacton que había sido fertilizado con hierro", su equipo encontró una cantidad de carbono entre dos y tres veces superior a las zonas de agua que estaban libres de estas algas microscópicas.
"Este fue el caso en los cien primeros metros, a 3.000 metros de profundidad e incluso en los sedimentos del fondo", asegura, que fueron entre dos y tres veces más ricos en carbono que los extraídos de las aguas del sur. Y esto ha venido sucediendo desde tiempos remotos, hace unos 10.000 años.
¿Podría hacerlo entonces el hombre?
En teoría, sembrar las aguas con hierro favorece el crecimiento del fitoplacton y aumentaría la capacidad de las aguas, pero los resultados de este experimento de medición sugieren que "quedan entre 15 y 50 veces por debajo de las estimaciones realizadas por la geoingeniería", escribe este experto en Nature.
Por ello manifiesta a Ecodiario que es necesario examinar los resultados del experimento del buque alemán Polarstern, por el que un grupo de científicos de varias nacionalidades, entre ellos dos españoles del Imedea -un centro mixto de investigación marina de la Universidad de Baleares y el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)- realizaran un experimento de siembra de hierro en aguas del suroeste del océano Atlántico.
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