Txente Rekondo
Fuente: Rebelión
Las portadas de los periódicos más importantes de occidente han estado salpicadas de noticias en torno al fenómeno de la piratería, centrado sobre todo en las actuaciones de estos nuevos piratas en las aguas de Somalia y de esa región africana. Los asaltos de barcos con tripulantes occidentales han disparado las alarmas en algunos gobiernos, y desde Washington o París se han puesto en marcha operaciones militares para “rescatar a sus ciudadanos”.
Las actuaciones de piratas no es algo nuevo, y sin tener que remontarnos a la época dorada de la piratería, donde las potencias coloniales patrocinaban y reconocían esta acción a su servicio, durante las últimas décadas en diferentes partes del mundo se han producido situaciones similares. No obstante, la realidad que se ha venido forjando en las aguas africanas en torno al llamado “cuerno de África” presenta cambios sustanciales en relación con lo que se ha producido hasta la fecha en esos otros lugares.
Si en otros lugares los ataques eran rápidos, la toma de rehenes breve y los buques o barcos capturados, de reducido tamaño, las cosas han cambiado sustancialmente. Los llamados piratas somalíes han logrado capturar estos últimos meses el mayor barco de la historia, un petrolero saudí, o un barco ucraniano con decenas de tanques. Estos son sólo dos ejemplos de la capacidad operativa de estos grupos de piratas.
La respuesta de Estados Unidos y sus aliados occidentales también está cambiando, y ya se anuncian planes para intensificar la presencia y la actuación militar. Si las tropas francesas actuaron hace unos días para rescatar a ciudadanos retenidos en un yate, los norteamericanos han hecho lo propio para lograr la libertad de un capitán en manos de los piratas. Si desde hace unos meses barcos militares de algunos gobiernos europeos, de EEUU o de la OTAN patrullan las aguas de la región, y con India o China dispuestos a sumarse a ese contingente, ahora las campanas bélicas vuelven a dominar los aires y las estrategias de esos actores.
Washington ya ha propuesto la posibilidad de bombardear “los lugares donde se ocultan los piratas”, poniendo de manifiesto su disponibilidad a utilizar técnicas que le supongan un coste bajo a sus tropas (tal vez las experiencias pasadas de operaciones militares en Somalia sigan generando pesadillas en los centro de mano de EEUU) y al mismo tiempo no impidan un importante número de “víctimas colaterales” (con el efecto contraproducente a medio y largo plazo que ello conlleva).
Hasta ahora, algunas fuentes militares reconocen por un lado la incapacidad de detener los ataques, alegando la escasez de medios (veinte navíos no son suficientes para cubrir una región tan extensa), al tiempo que apuntan a los peligros que pueden desencadenar actuaciones militares más drásticas.
Las consecuencias de la intervención militar extranjera preocupan en cierta media a los estrategas occidentales . De momento, los grupos de piratas han logrado continuar sus ataques, diversificando a demás su zona de actuación, y llevando asaltos cada vez más lejos de las costas africanas. Por otro lado, el uso de una respuesta militar conllevaría un cambio en la actitud de los piratas, que hasta la fecha ha tratado de forma “respetuosa” a sus rehenes, y esto podría cambiar si se ven atacados militarmente.
Tampoco hay que olvidar el temor que recorre los despachos de algunas cancillerías, en el sentido de que este fenómeno acabe atrayendo la atención de algunos grupos que promueven la jihad transnacional y que estarían observando detalladamente el discurrir de los acontecimientos. El incremento de este tipo de movimientos en el “cuerno de África”, como las milicias Al Shabab que operan en el sur de Somalia, u organizaciones que se enmarcan dentro del paraguas ideológico de al Qaeda, pondrían otra ficha a este ya de por sí complejo puzzle.
Un error que se repite a la hora de analizar esta situación es la caracterización que se hace de los llamados piratas. Se les presenta como meros bandidos y fruto de la inexistencia de un estado estructurado en Somalia . Sin embargo se trata de jóvenes que han visto y sufrido las consecuencias de la intervención militar de EEUU en los noventa, que lejos de cumplir las promesa y esperanzas que presentaron para justificar su intervención han creado más caos y miseria.
También son pescadores que ven cómo su país es incapaz de regular la explotación de sus recursos y que asisten a la explotación de los mismos sin ningún control y beneficio para el pueblo somalí. Como señalaban algunos conocedores de la realidad local, “esos protagonistas se sienten robados, y lo primero que hacen es comparar un arma para defenderse de los ataques, y de pronto descubren que ellos también pueden robar y cambiar las tornas, de ahí ya solo hay un paso a transformarse de pescadores a piratas”.
Esa cruda realidad está trasformando la propia sociedad somalí, que ve cómo “los piratas distribuyen parte de sus beneficios entre la población, generando y estimulando el comercio local, creando nuevos empleos y sobre todo están convirtiéndose en un modelo para sectores de la juventud del país.
Más allá de la incapacidad manifiesta del estado somalí para reconducir la situación cabría recordar a las potencias occidentales que su actuación es una de las raíces de este nuevo fenómeno. La explotación pesquera por parte de barcos europeos y japoneses, sin control ni tasas, que se aprovechan de la situación; la utilización de las aguas de la región como vertederos nucleares incontrolados por parte de los gobiernos occidentales; el desempleo que azota a los pueblos y sociedades locales; la pobreza y el hambre; e incluso las consecuencias de la lógica intervencionista de Occidente que no duda en utilizar a sus gendarmes locales (Israel o Etiopía), al tiempo que expande la guerra y sus terribles consecuencias, son algunas de las claves para entender esta realidad.
Este tipo de actuaciones nos permite dudar de quién es el verdadero pirata, y sobre todo ayuda a comprender quién se ha venido beneficiando de la situación y quién ha padecido este tipo de políticas coloniales.
La apuesta por una intervención militar acarreará un incremento de las actuaciones violentas por parte de los llamados piratas, podrá asimismo extender el área de actuación a otros mares, haciendo que el conjunto del tráfico marítimo se vea inmerso en serias dificultades, y tampoco podemos olvidar que otras fuerzas con sus propios intereses podrían acabar colaborando o aprovechándose de la situación en su propio beneficio, impulsando una escalada de actuaciones sin control que desestabilizarían aún más la situación.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Fuente: Rebelión
Las portadas de los periódicos más importantes de occidente han estado salpicadas de noticias en torno al fenómeno de la piratería, centrado sobre todo en las actuaciones de estos nuevos piratas en las aguas de Somalia y de esa región africana. Los asaltos de barcos con tripulantes occidentales han disparado las alarmas en algunos gobiernos, y desde Washington o París se han puesto en marcha operaciones militares para “rescatar a sus ciudadanos”.
Las actuaciones de piratas no es algo nuevo, y sin tener que remontarnos a la época dorada de la piratería, donde las potencias coloniales patrocinaban y reconocían esta acción a su servicio, durante las últimas décadas en diferentes partes del mundo se han producido situaciones similares. No obstante, la realidad que se ha venido forjando en las aguas africanas en torno al llamado “cuerno de África” presenta cambios sustanciales en relación con lo que se ha producido hasta la fecha en esos otros lugares.
Si en otros lugares los ataques eran rápidos, la toma de rehenes breve y los buques o barcos capturados, de reducido tamaño, las cosas han cambiado sustancialmente. Los llamados piratas somalíes han logrado capturar estos últimos meses el mayor barco de la historia, un petrolero saudí, o un barco ucraniano con decenas de tanques. Estos son sólo dos ejemplos de la capacidad operativa de estos grupos de piratas.
La respuesta de Estados Unidos y sus aliados occidentales también está cambiando, y ya se anuncian planes para intensificar la presencia y la actuación militar. Si las tropas francesas actuaron hace unos días para rescatar a ciudadanos retenidos en un yate, los norteamericanos han hecho lo propio para lograr la libertad de un capitán en manos de los piratas. Si desde hace unos meses barcos militares de algunos gobiernos europeos, de EEUU o de la OTAN patrullan las aguas de la región, y con India o China dispuestos a sumarse a ese contingente, ahora las campanas bélicas vuelven a dominar los aires y las estrategias de esos actores.
Washington ya ha propuesto la posibilidad de bombardear “los lugares donde se ocultan los piratas”, poniendo de manifiesto su disponibilidad a utilizar técnicas que le supongan un coste bajo a sus tropas (tal vez las experiencias pasadas de operaciones militares en Somalia sigan generando pesadillas en los centro de mano de EEUU) y al mismo tiempo no impidan un importante número de “víctimas colaterales” (con el efecto contraproducente a medio y largo plazo que ello conlleva).
Hasta ahora, algunas fuentes militares reconocen por un lado la incapacidad de detener los ataques, alegando la escasez de medios (veinte navíos no son suficientes para cubrir una región tan extensa), al tiempo que apuntan a los peligros que pueden desencadenar actuaciones militares más drásticas.
Las consecuencias de la intervención militar extranjera preocupan en cierta media a los estrategas occidentales . De momento, los grupos de piratas han logrado continuar sus ataques, diversificando a demás su zona de actuación, y llevando asaltos cada vez más lejos de las costas africanas. Por otro lado, el uso de una respuesta militar conllevaría un cambio en la actitud de los piratas, que hasta la fecha ha tratado de forma “respetuosa” a sus rehenes, y esto podría cambiar si se ven atacados militarmente.
Tampoco hay que olvidar el temor que recorre los despachos de algunas cancillerías, en el sentido de que este fenómeno acabe atrayendo la atención de algunos grupos que promueven la jihad transnacional y que estarían observando detalladamente el discurrir de los acontecimientos. El incremento de este tipo de movimientos en el “cuerno de África”, como las milicias Al Shabab que operan en el sur de Somalia, u organizaciones que se enmarcan dentro del paraguas ideológico de al Qaeda, pondrían otra ficha a este ya de por sí complejo puzzle.
Un error que se repite a la hora de analizar esta situación es la caracterización que se hace de los llamados piratas. Se les presenta como meros bandidos y fruto de la inexistencia de un estado estructurado en Somalia . Sin embargo se trata de jóvenes que han visto y sufrido las consecuencias de la intervención militar de EEUU en los noventa, que lejos de cumplir las promesa y esperanzas que presentaron para justificar su intervención han creado más caos y miseria.
También son pescadores que ven cómo su país es incapaz de regular la explotación de sus recursos y que asisten a la explotación de los mismos sin ningún control y beneficio para el pueblo somalí. Como señalaban algunos conocedores de la realidad local, “esos protagonistas se sienten robados, y lo primero que hacen es comparar un arma para defenderse de los ataques, y de pronto descubren que ellos también pueden robar y cambiar las tornas, de ahí ya solo hay un paso a transformarse de pescadores a piratas”.
Esa cruda realidad está trasformando la propia sociedad somalí, que ve cómo “los piratas distribuyen parte de sus beneficios entre la población, generando y estimulando el comercio local, creando nuevos empleos y sobre todo están convirtiéndose en un modelo para sectores de la juventud del país.
Más allá de la incapacidad manifiesta del estado somalí para reconducir la situación cabría recordar a las potencias occidentales que su actuación es una de las raíces de este nuevo fenómeno. La explotación pesquera por parte de barcos europeos y japoneses, sin control ni tasas, que se aprovechan de la situación; la utilización de las aguas de la región como vertederos nucleares incontrolados por parte de los gobiernos occidentales; el desempleo que azota a los pueblos y sociedades locales; la pobreza y el hambre; e incluso las consecuencias de la lógica intervencionista de Occidente que no duda en utilizar a sus gendarmes locales (Israel o Etiopía), al tiempo que expande la guerra y sus terribles consecuencias, son algunas de las claves para entender esta realidad.
Este tipo de actuaciones nos permite dudar de quién es el verdadero pirata, y sobre todo ayuda a comprender quién se ha venido beneficiando de la situación y quién ha padecido este tipo de políticas coloniales.
La apuesta por una intervención militar acarreará un incremento de las actuaciones violentas por parte de los llamados piratas, podrá asimismo extender el área de actuación a otros mares, haciendo que el conjunto del tráfico marítimo se vea inmerso en serias dificultades, y tampoco podemos olvidar que otras fuerzas con sus propios intereses podrían acabar colaborando o aprovechándose de la situación en su propio beneficio, impulsando una escalada de actuaciones sin control que desestabilizarían aún más la situación.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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