Fuente: Nuevo Excelsior
Ernesto Méndez
Siniestro en la sonda de Campeche. La alarma nunca sonó, los tanques no tenían oxígeno, las lanchas que habrían de salvarlos se convirtieron en sepulcros para muchos de sus amigos. Maribel Bolaños sobrevivió al vendaval del frente frío cuatro, al mar embravecido, a los gases tóxicos y a la falta de prevención de PemexCIUDAD DEL CARMEN, Camp.- “No sé si ahora quiero más al mar o le tomé odio porque me arrebató muchos amigos”. Maribel Bolaños, de 37 años, sobrevivió a la tragedia de la plataforma Usumacinta, en la Sonda de Campeche, flotando 16 horas en una barcaza de salvamento derruida.
Eran las 11:30 de la mañana del martes 23 de octubre cuando, en medio de una fuerte marejada, se escuchó un grito: “¡Atención, esta es una situación de emergencia, tenemos que evacuar!”
El daño estaba hecho. Olas de entre seis y ocho metros de altura ocasionaron que la plataforma Usumacinta, propiedad de la compañía Perforadora Central, golpeara las válvulas del pozo Kab-121, provocando una fuga de gas tóxico y aceite que, después de 48 días, continúa fuera de control.
Maribel, mesera de la empresa contratista Protexa, Consorcios Industriales de Monterrey, dormía en su camarote, a 75 kilómetros mar adentro de Ciudad del Carmen, cuando su amiga, Carmelita, que trabajaba como cocinera, corrió a despertarla para que se vistiera y saliera pronto a una zona más segura: “La alarma nunca sonó —recuerda—. Yo estaba descansando cuando me avisó mi amiga que teníamos que ponernos a salvo en el helipuerto”.
Obreros, técnicos y personal del área de servicios corrían asustados para recibir indicaciones.
“La verdad, Carmelita y yo íbamos llorando, y las dos empezamos a toser porque el olor era muy fuerte; el aceite salía en chorro y pudimos escuchar varias detonaciones”.
En ese momento, conforme al procedimiento de seguridad, toda la gente se colocó su chaleco salvavidas y su tanque de oxígeno.
“Cuando se buscaron los tanques, algunos estaban vacíos, no tenían oxígeno, porque cinco días antes bajaron de la plataforma a la persona encargada de revisar los equipos. La explicación que se dio es que había sobrecupo y había que reducir el número de trabajadores”.
Alrededor de las dos de la tarde, después de que fracasaron todos los intentos por tapar el pozo, el superintendente dio la orden de abordar los dos botes de emergencia que se pueden cerrar herméticamente conocidos como “mandarinas”.
Maribel y Carmelita no se separaron en ningún momento. Agarradas de la mano, hablaron de sus hijas y del deseo de volver a verlas. “Cuando nos bajamos pensé que estábamos seguras, que nos iban a rescatar y que todo iba a salir bien. Pero desgraciadamente la ‘mandarina’ se volteó”.
Los botes de fibra de vidrio, con al menos diez años de antigüedad, no sirvieron de nada. A uno se le filtró el agua por un boquete y, al otro, el mar lo despedazó. El saldo: 22 muertos y un desaparecido.
La mesera y la cocinera perdieron contacto. Nunca más se volverían a ver.
“Carmelita iba a mi lado. La extravié cuando la ‘mandarina’ se volteó. Llevábamos como una hora y media en el mar cuando una ola nos pegó y ya no supe más”. Tras el impacto, Maribel sintió un fuerte dolor en la cabeza. El agua le llegaba al pecho y poco a poco se fue quedando sola dentro de la barcaza: “En lugar de sentir miedo, estaba más enfocada en rezar, porque no me quería morir. Pude escuchar a tres personas que se fueron muriendo lentamente; lloré a ratos por la impotencia de no poder ayudarlos”.
La mujer escuchó, a lo lejos, a uno de sus compañeros gritarle que nadara al fondo del bote, donde había un hueco por el que podía escapar.
“La mandarina quedó boca abajo. Hubo un momento en que me quité las botas e intenté salir, pero era muy difícil porque el mismo chaleco me levantaba, así que dije: si Dios me va a llevar, lo mismo va a ser adentro que afuera del bote”.
El reloj siguió su curso y comenzó a oscurecer. El frente frío número cuatro, acompañado de ráfagas de viento de 130 kilómetros por hora, ocasionaron que los tiburones buscaran refugio en el fondo del mar y no cazaran a los trabajadores de la plataforma Usumacinta.
“Durante todo el tiempo luché por mi vida. Aguanté y respiré. Hubo momentos en que yo misma me provoqué el vómito porque me dolía mucho la garganta de tanto tragar agua”.
Pasaban las horas y el rescate no llegaba. Maribel nunca dejó de rezar: “Jamás tuve la idea de cerrar los ojos, para nada. Siempre estuve despierta para poder actuar en cualquier momento. Yo creo que la misma adrenalina, el carácter, me hizo aferrarme a la vida”.
El mal tiempo no cedía y los pronósticos eran poco halagüeños: “Ya no veía a nadie. Estaba sola y el tiempo se volvió una eternidad. Nunca me sentí a salvo porque cada segundo tuve que luchar por mi vida; no sabía en qué momento se metería otra vez el agua y tendría que aguantar la respiración”.
Al otro día, como a las 6:30 de la mañana, un grupo de salvamento halló a Maribel, cuando su bote estaba a punto de encallar en la desembocadura del río San Pedro y San Pablo, en Nuevo Campechito. En total, la mujer pasó 16 horas y media a la deriva tras abordar la ‘mandarina’ en la Usumacinta.
“Cuando me encontraron tuvieron que abrir un hueco para que yo pudiera salir; una vez que abandoné el bote, caminé sobre la arena y me subí a un helicóptero que me trasladó a un hospital de Campeche”.
La mesera no se cansaba de dar las gracias a quienes la ayudaron a salir de la barcaza, que fue resguardo de algunos y sepulcro de muchos.
“Al paso de los días me enteré que mis amigos fallecieron. A Carmelita la extraño, pienso en ella, porque como mujeres platicábamos y convivíamos mucho. Teníamos planes de tomar un curso para tener un mejor trabajo en la plataforma. A su hija le dije que su mamá siempre hablaba de ella”.
Hoy, Maribel se encuentra hospedada en el hotel Los Andes de Ciudad del Carmen, Campeche, recuperándose de sus heridas y recibiendo atención sicológica.
“Traigo un fuerte golpe en el cuello, me abrí la cabeza, me duele todo el cuerpo, tengo infección en el oído, en la garganta, me dio sinusitis y se me desvió el tabique de la nariz. La verdad es que estoy muy mal sicológicamente y sigo muy afectada”.
Ahora la preocupación de los sobrevivientes es que Petróleos Mexicanos y los contratistas Protexa y Perforadora Central les paguen una indemnización para que puedan seguir adelante con sus vidas.
“No sabemos con cuántas enfermedades nos vamos a quedar porque ahorita todavía no se manifiestan los efectos del gas que inhalamos en la plataforma. A mí me gustaría tener dinero para poner un salón de belleza y dedicarme a cortar el pelo, que fue lo que aprendí cuando era más joven”.
Con los ojos vidriosos, Maribel Bolaños intenta poner punto final a la pesadilla que inició el 23 de octubre. Recostada en su cama, trata de recordar aquel día en que, de niña, su padre la llevó a conocer el mar y, mientras recogía conchitas en la playa, el agua tibia mojaba sus pequeños pies.
CIUDAD DEL CARMEN, Camp.- “No sé si ahora quiero más al mar o le tomé odio porque me arrebató muchos amigos”. Maribel Bolaños, de 37 años, sobrevivió a la tragedia de la plataforma Usumacinta, en la Sonda de Campeche, flotando 16 horas en una barcaza de salvamento derruida.
Eran las 11:30 de la mañana del martes 23 de octubre cuando, en medio de una fuerte marejada, se escuchó un grito: “¡Atención, esta es una situación de emergencia, tenemos que evacuar!”
El daño estaba hecho. Olas de entre seis y ocho metros de altura ocasionaron que la plataforma Usumacinta, propiedad de la compañía Perforadora Central, golpeara las válvulas del pozo Kab-121, provocando una fuga de gas tóxico y aceite que, después de 48 días, continúa fuera de control.
Maribel, mesera de la empresa contratista Protexa, Consorcios Industriales de Monterrey, dormía en su camarote, a 75 kilómetros mar adentro de Ciudad del Carmen, cuando su amiga, Carmelita, que trabajaba como cocinera, corrió a despertarla para que se vistiera y saliera pronto a una zona más segura: “La alarma nunca sonó —recuerda—. Yo estaba descansando cuando me avisó mi amiga que teníamos que ponernos a salvo en el helipuerto”.
Obreros, técnicos y personal del área de servicios corrían asustados para recibir indicaciones.
“La verdad, Carmelita y yo íbamos llorando, y las dos empezamos a toser porque el olor era muy fuerte; el aceite salía en chorro y pudimos escuchar varias detonaciones”.
En ese momento, conforme al procedimiento de seguridad, toda la gente se colocó su chaleco salvavidas y su tanque de oxígeno.
“Cuando se buscaron los tanques, algunos estaban vacíos, no tenían oxígeno, porque cinco días antes bajaron de la plataforma a la persona encargada de revisar los equipos. La explicación que se dio es que había sobrecupo y había que reducir el número de trabajadores”.
Alrededor de las dos de la tarde, después de que fracasaron todos los intentos por tapar el pozo, el superintendente dio la orden de abordar los dos botes de emergencia que se pueden cerrar herméticamente conocidos como “mandarinas”.
Maribel y Carmelita no se separaron en ningún momento. Agarradas de la mano, hablaron de sus hijas y del deseo de volver a verlas. “Cuando nos bajamos pensé que
estábamos seguras, que nos iban a rescatar y que todo iba a salir bien. Pero desgraciadamente la ‘mandarina’ se volteó”.
Los botes de fibra de vidrio, con al menos diez años de antigüedad, no sirvieron de nada. A uno se le filtró el agua por un boquete y, al otro, el mar lo despedazó. El saldo: 22 muertos y un desaparecido.
La mesera y la cocinera perdieron contacto. Nunca más se volverían a ver.
“Carmelita iba a mi lado. La extravié cuando la ‘mandarina’ se volteó. Llevábamos como una hora y media en el mar cuando una ola nos pegó y ya no supe más”. Tras el impacto, Maribel sintió un fuerte dolor en la cabeza. El agua le llegaba al pecho y poco a poco se fue quedando sola dentro de la barcaza: “En lugar de sentir miedo, estaba más enfocada en rezar, porque no me quería morir. Pude escuchar a tres personas que se fueron muriendo lentamente; lloré a ratos por la impotencia de no poder ayudarlos”.
La mujer escuchó, a lo lejos, a uno de sus compañeros gritarle que nadara al fondo del bote, donde había un hueco por el que podía escapar.
“La mandarina quedó boca abajo. Hubo un momento en que me quité las botas e intenté salir, pero era muy difícil porque el mismo chaleco me levantaba, así que dije: si Dios me va a llevar, lo mismo va a ser adentro que afuera del bote”.
El reloj siguió su curso y comenzó a oscurecer. El frente frío número cuatro, acompañado de ráfagas de viento de 130 kilómetros por hora, ocasionaron que los tiburones buscaran refugio en el fondo del mar y no cazaran a los trabajadores de la plataforma Usumacinta.
“Durante todo el tiempo luché por mi vida. Aguanté y respiré. Hubo momentos en que yo misma me provoqué el vómito porque me dolía mucho la garganta de tanto tragar agua”.
Pasaban las horas y el rescate no llegaba. Maribel nunca dejó de rezar: “Jamás tuve la idea de cerrar los ojos, para nada. Siempre estuve despierta para poder actuar en cualquier momento. Yo creo que la misma adrenalina, el carácter, me hizo aferrarme a la vida”.
El mal tiempo no cedía y los pronósticos eran poco halagüeños: “Ya no veía a nadie. Estaba sola y el tiempo se volvió una eternidad. Nunca me sentí a salvo porque cada segundo tuve que luchar por mi vida; no sabía en qué momento se metería otra vez el agua y tendría que aguantar la respiración”.
Al otro día, como a las 6:30 de la mañana, un grupo de salvamento halló a Maribel, cuando su bote estaba a punto de encallar en la desembocadura del río San Pedro y San Pablo, en Nuevo Campechito. En total, la mujer pasó 16 horas y media a la deriva tras abordar la ‘mandarina’ en la Usumacinta.
“Cuando me encontraron tuvieron que abrir un hueco para que yo pudiera salir; una vez que abandoné el bote, caminé sobre la arena y me subí a un helicóptero que me trasladó a un hospital de Campeche”.
La mesera no se cansaba de dar las gracias a quienes la ayudaron a salir de la barcaza, que fue resguardo de algunos y sepulcro de muchos.
“Al paso de los días me enteré que mis amigos fallecieron. A Carmelita la extraño, pienso en ella, porque como mujeres platicábamos y convivíamos mucho. Teníamos planes de tomar un curso para tener un mejor trabajo en la plataforma. A su hija le dije que su mamá siempre hablaba de ella”.
Hoy, Maribel se encuentra hospedada en el hotel Los Andes de Ciudad del Carmen, Campeche, recuperándose de sus heridas y recibiendo atención sicológica.
“Traigo un fuerte golpe en el cuello, me abrí la cabeza, me duele todo el cuerpo, tengo infección en el oído, en la garganta, me dio sinusitis y se me desvió el tabique de la nariz. La verdad es que estoy muy mal sicológicamente y sigo muy afectada”.
Ahora la preocupación de los sobrevivientes es que Petróleos Mexicanos y los contratistas Protexa y Perforadora Central les paguen una indemnización para que puedan seguir adelante con sus vidas.
“No sabemos con cuántas enfermedades nos vamos a quedar porque ahorita todavía no se manifiestan los efectos del gas que inhalamos en la plataforma. A mí me gustaría tener dinero para poner un salón de belleza y dedicarme a cortar el pelo, que fue lo que aprendí cuando era más joven”.
Con los ojos vidriosos, Maribel Bolaños intenta poner punto final a la pesadilla que inició el 23 de octubre. Recostada en su cama, trata de recordar aquel día en que, de niña, su padre la llevó a conocer el mar y, mientras recogía conchitas en la playa, el agua tibia mojaba sus pequeños pies.
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lunes, 10 de diciembre de 2007
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