Piratas. Abordajes a punta de kalashnikov
POR PABLO M. DÍEZ ENVIADO ESPECIAL ISLA DE KARIMUN (INDONESIA)
No van armados con sables, sino con pistolas, kalashnikov y lanzacohetes. No surcan los mares en viejos barcos a vela, sino en potentes lanchas con motor fuera borda que se comunican entre sí con teléfonos por satélite. No llevan un parche en el ojo ni usan catalejos, sino sofisticadas lentes de visión nocturna con infrarrojos. Y no tienen una pata de palo ni beben ron directamente de un barril, sino que calzan el último modelo de zapatillas Adidas falsificado en China y se emborrachan con whisky Johnnie Walker «etiqueta negra» en algún sórdido burdel del Lejano Oriente.
Son los piratas del siglo XXI que, como un vestigio del pasado que se niega a desaparecer, todavía siguen operando en el Estrecho de Malaca, una de las rutas marítimas más transitadas y peligrosas del mundo. Por este canal de más de 900 kilómetros de largo y entre 50 y 100 kilómetros de ancho, que comunica el Océano Indico con el Mar de la China Oriental y el noreste de Asia, pasan cada año unos 60.000 barcos que transportan la mitad del petróleo que se consume en todo el planeta y un tercio del comercio mundial.
Un botín demasiado sabroso, estimado en más de 300.000 millones de euros, como para pasar desapercibido para los pobres pescadores de los países que comparten el Estrecho: Indonesia, Malasia y Singapur. De los 276 ataques a barcos contabilizados por la Oficina Marítima Internacional el año pasado, 74 tuvieron lugar en aguas indonesias y 12 en los límites territoriales de Malasia y Singapur.
Aunque tales datos suponen una reducción con respecto a los 445 registrados en todo el mundo en 2003, de los que 156 acaecieron en esta zona de Asia, la proliferación de asaltos en lo que va de año demuestra que la piratería no ha sido desterrada del Estrecho de Malaca.
A principios de julio fueron abordados el «Pacific Spirit» y el «Bintang Samudra», dos buques fletados por la ONU para trasladar ayuda humanitaria al norte de la isla indonesia de Sumatra, la zona más afectada por el tsunami que asoló el Índico el 26 de diciembre de 2004.
Junto a estos dos ataques, una docena de cargueros, yates y barcos pesqueros han sufrido las embestidas de los piratas, que se han ido perpetuando de generación en generación.
Así ocurre en Karimun, una isla de Indonesia cercana a Singapur, la próspera ciudad-estado que al año pasado se convirtió en el puerto con más tránsito del planeta al manejar 23,2 millones de contenedores de mercancías.
La proximidad de los filibusteros con este importante nudo de comunicaciones mundial no es casualidad, ya que las mafias tienen infiltrados en las grandes compañías navieras desde los tiempos en que Tony se dedicaba a abordar navíos en alta mar. Bajo este nombre ficticio se oculta uno de los piratas más veteranos de Karimun, hoy retirado a sus 54 años y reconvertido en guardaespaldas de los ricos empresarios chinos que construyen urbanizaciones de lujo en la vecina isla turística de Batam.
«La banda a la que pertenecía tenía más de cien miembros; yo dirigía a un grupo de siete personas que asaltábamos los barcos con nuestra propia lancha rápida», explica a ABC antes de revelar que «con cada golpe ganábamos entre 10.000 y 20.000 dólares de Singapur (entre 5.000 y 10.000 euros), ya que le robábamos a la tripulación todo el dinero que llevaban, así como sus móviles, joyas y objetos de valor, y cualquier pequeña mercancía que pudiéramos cargar en nuestro bote».
El método era sencillo y sigue vigente. «Había gente que trabajaba en el puerto y vigilaba los buques para luego avisarnos de su ruta y carga.
Así que sólo teníamos que salir a su encuentro de noche y, armados con nuestros cuchillos y pistolas, abordarlo sin darles tiempo a conectar la alarma ni avisar por radio», detalla con una minuciosidad profesional no reñida con la violencia. «A veces, algún valiente de la tripulación trataba de resistirse... Así que no teníamos más remedio que reducirlo a machetazos o tirándolo por la borda».
«No tenía trabajo y ésta era la única manera de ganar dinero, pero luego me lo gastaba todo en mujeres y alcohol o me lo jugaba a las cartas», concluye mientras apura con las manos su plato de «babi panggang» (cerdo asado) en un destartalado puesto de comidas al que acuden numerosos guardacostas de la Policía Marítima indonesia.
En estas islas conviven los agentes con piratas como Jack, que durante cinco años abordaba navíos en el estrecho y ahora dirige la oficina local del Partido Democrático, o Eddie «Bulldog», que cada fin de semana se pasea a sus anchas por la discoteca «Paradise», construida en primera línea de playa en forma de gran trasatlántico.
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domingo, 26 de noviembre de 2006
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