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martes, 2 de septiembre de 2008

El privilegio del mar

El mar puede significar un lugar de diversión para un turista bogotano o un número de contenedores para un empresario antioqueño. Valorar la diversidad del patrimonio cultural colombiano frente los mares nos a hacer un uso social más responsable de los recursos marinos.

Fuente: Semana
Por Weildler Guerra Curvelo

¿Qué significa el mar para los colombianos? Para algunos habitantes de nuestros Andes la percepción del mar será, quizás, la reflejada en unos inolvidables versos de León de Greiff: “mis ojos vagabundos /no han visto el mar /la cántiga ondulosa de su trémula curva/no ha mecido mis sueños/ni oí de sus sirenas su erótica quejumbre”. La apreciación de este vasto espacio acuático para algunos de quienes vivimos en el Caribe o en el Pacifico podría acercarse más a lo expresado por Derek Walcott: “El mar fue mi privilegio/y un pueblo fresco”. Andinos, pacíficos y caribeños seguimos observando al mar con un antiguo asombro y confluimos en Borges cuando afirma: “quien lo mira lo ve por vez primera / siempre”.

Mientras observo las barcas de pescadores de Riohacha a la espera de bivalvos y pescados para el desayuno el olor de las algas que se pudren recuerdo la frase incesante de los conferencistas nacionales machacada hasta su devaluación: los colombianos vivimos de espaldas al mar.

Pero, ¿es ello cierto? ¿Carecemos en nuestro país de una cultura marítima? Durante milenios agua y sociedad han interactuado y ello ha propiciado la generación de prácticas discursivas, de representaciones y símbolos. El mar es a la vez espacio físico y representación mental.

Para los antiguos griegos halios: el mar, simbolizaba por excelencia lo inhóspito del universo. Morir devorado por los peces o por los monstruos del mar era el más trágico de los destinos humanos. La porción que ellos valoraban de la naturaleza era el universo agrícola y pastoril por el que estaban dispuestos a morir. En contraste, para los egipcios los peces, sacralizados y momificados, podían representar la sabiduría y el conocimiento dado a los humanos como también la justicia y la paz.

Estas formas simbólicas de apropiación de la vida marina revelan como las culturas del pasado construyeron una relación con el mar que incluía una dimensión ética. La ética es una regulación del poder humano para actuar frente a entidades no humanas.

Para los pescadores wayuu contemporáneos el mar es un ser vivo y cimarrón al cual es posible aproximarse a través del conocimiento y de los rituales en busca de domesticación. Por ello los buceadores indígenas ponen nombres a los caladeros y clasifican con criterios locales, los fondos, las praderas marinas y los jardines de coral. Los Mamas wiwas de la Sierra Nevada consideran que, como principio femenino, la mar está ligada a la vida y a los alimentos como el pescado y la sal. Provee además otro alimento físico y espiritual: la cal empleada en el poporo a través de las conchas marinas.

Dado que Colombia es un país culturalmente diverso no existe una cultura marítima homogénea sino diversas culturas marítimas que reflejan distintos grados de interacción con el mar.

En un excelente ensayo llamado: La construcción del patrimonio cultural marítimo en el territorio Colombiano la investigadora Aura Ome Barón considera que las sociedades que se relacionan con el océano no son solamente las situadas en las zonas costeras pues las de tierra adentro han tenido también sus relaciones y representaciones históricas y sociales del mar y de su ambiente.

Un ejemplo de ello es el de los habitantes de Pamplona en Norte de Santander que desde el interior mantuvieron una histórica y fluida relación con los puertos de Maracaibo. El mar es un escenario y un espacio social, político, económico e histórico, es un medio de comunicación y también un escenario de batallas. Puede significar solo un lugar de diversión para un turista bogotano o simplemente un número de contenedores para un empresario antioqueño.

¿Qué nos ha llegado a través del mar? Lo que suelen traer los barcos: personas, alimentos, artefactos e ideas. La diáspora africana, las migraciones árabes y judías, el trigo y el aceite de oliva, los pianos y los fusiles, las ideas de insurrección frente a un orden colonial opresivo que estimularon nuestra independencia.

Por ello, este país de dos costas debe ser consciente del inmenso valor patrimonial de nuestros bienes culturales marítimos. Considerarlos parte de nuestro patrimonio hace más visibles las diversas formas de percibir, representar y valorar el mar y de esta manera fortalece la identidad nacional.

Todo ello implica el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades costeras, la preservación del ambiente y la adopción de una ética dirigida hacia un uso social más responsable de los recursos marinos.

wilderguerra@gmail.com

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