Fuente: El País
Se agudizan las protestas de los pescadores. Galicia está en primera línea por su secular tradición marítima. Y numerosos gallegos han respaldado, en A Coruña y Vigo, las manifestaciones de marineros exasperados. Muchos otros ciudadanos avalan el paro total de la flota gallega. La indignación de nuestros trabajadores del mar está más que justificada. Pero se equivocan cuando apuntan el origen de su desventura. Según ellos, la crisis tiene dos causas: la carestía del gasóleo y el derrumbe de los precios por la incontrolada importación de pescado procedente del sureste asiático. Ésas son sólo las apariencias del problema.
Es cierto que las ganancias de las petroleras, en este período de crisis, resultan escandalosas (Repsol tuvo en 2007 unos beneficios de 3.188 millones) y que el Estado debería gravar más esos dividendos. Pero no se debe olvidar que el aumento del coste del carburante afecta a todos los sectores de la economía y a los hogares privados. Y ese aumento se debe a la especulación de los fondos de inversión que, huyendo del desastre immobiliario, apuestan por una subida de los hidrocarburos. Las reservas se agotan y el petróleo nunca más volverá a ser barato. Pensar que los carburantes fósiles regresarán a los ridículos precios de antaño es creer en los Reyes Magos.
La importación de pescado procedente de zonas donde los marineros son explotados como modernos esclavos es una de las razones por las que la pesca ya no es rentable. La causa la tiene, por una parte, la globalización neoliberal que enfrenta a los trabajadores peor pagados contra nuestros productores con sueldos dignos, siempre a expensas de estos últimos. Por otra parte, el mercado de la alimentación está muy concentrado. Las grandes superficies tienen un poder de compra enorme. Y prefieren importar pescado barato congelado, aunque proceda de muy lejos.
Lo que nuestros pescadores deben entender, es que algunos están pescando demasiados peces y usando métodos que destruyen todo a su paso. Esa es la verdadera causa del problema. Empresas pesqueras industriales aran el fondo del mar con redes de arrastre removiendo el sedimento y destruyendo la fauna emergente. Con técnicas como jábegas, palangres, traínas o las mortales redes de arrastre la mayoría de los peces atrapados mueren y luego muchos de ellos son devueltos al mar. La sobrepesca ha destruido así ecosistemas marinos completos. Un estudio publicado por la revista Science estima que el conjunto de las pesquerías mundiales se agotará antes del año 2048. Según otros estudios, el 90% de los grandes peces (atunes) ha desaparecido en el último siglo. La producción pesquera ha estado descendiendo desde principios de 1990. Se estima que sólo queda el 20% de la biomasa de peces que había a principios del siglo XX. En aguas comunitarias europeas más del 80% de los caladeros se encuentran ya agotados o sobreexplotados.
Más de 500 empresas de numerosos países, entre los que destaca España, abanderan sus buques en naciones no firmantes de los tratados de pesca, para no dar explicaciones. En el caso de España, 116 empresas (algunas de ellas gallegas) han creado compañías fantasma en países como Guinea Ecuatorial, Honduras, Belice o San Vicente y las Granadinas, desde donde envían a alta mar barcos con tripulaciones mal pagadas, sin reglas laborales, pero con altísimos beneficios.
¿Qué hacer? La solución consiste en establecer reservas que permitan restaurar la biodiversidad marina en áreas protegidas. En estas zonas, en las que está prohibida la pesca, la riqueza de especies aumenta como media en un 23%. El verdadero orgullo marinero consistiría en reclamar una importante extensión de las reservas marinas. El mar y los pescadores necesitan su propio Protocolo de Kyoto.
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miércoles, 18 de junio de 2008
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