Fuente: Hoy Digital
POR JESÚS DE LA ROSA
El nombre de Cristóbal Colón quedará siempre ligado a la aventura del Descubrimiento de América, una de las más extraordinarias y trascendentales que registra la historia de la humanidad.
A pesar de la abundante literatura que ha generado la figura de don Cristóbal Colón, es poco lo que se conoce acerca de su accidentada vida. ¿Eran judíos originarios de Cataluña los antepasados de Cristóbal Colón? ¿Cuál era el verdadero nombre del Descubridor de América, Cristóbal Colón, Christóforo Colomo o Christóforo Colombus? ¿Era genovés, catalán o gallego? ¿ Era italiano, o español converso? ¿Por qué siendo Cristóbal Colón oriundo de Génova como muchos afirman, no hablaba la lengua italiana sino que sólo la leía? ¿Dónde reposan sus cenizas, en la Catedral de Sevilla o en el Monumento edificado a su memoria en la ciudad de Santo Domingo?
El trazar un perfil más o menos definitivo del descubridor de América va más allá del alcance de estas páginas por lo que debemos conformarnos con describir en grandes rasgos sus hazañas poniendo de relieve su condición de navegante experimentado y de estudioso de la geografía.
Algunos historiadores han visto en Cristóbal Colón la figura de un visionario místico, y han creído ver la fuente de su motivación en el impulso evangélico, en el celo del cruzado, en el conocimiento esotérico, o en la ambición. En otros, salta a la vista un Colón que pugna por acceder a la riqueza y al honor de la aristocracia; un marino de conocimientos limitados, pero de intuición genial; un hombre resentido que huye de un pasado que lo perturba; o un vulgar aventurero inhibido por el miedo al fracaso.
No sabemos si algunos de nuestros amables lectores estuvieron presentes en el muelle de Santo Domingo, en la mañana del 12 de octubre de 1998, presenciando la maniobra de atraco a esa terminal marítima de tres pequeñas embarcaciones, reproducciones exactas de la nao ¨ La Santa María ¨ y de las carabelas ¨ La Pinta ¨ y ¨ La Niña ¨ Si fue así, los que allí estuvieron, al igual que el autor de estas líneas, habrían de preguntarse: ¿Fue en barquitos como ésos que Cristóbal Colón y sus acompañantes cubrieron una travesía de más de 5 mil millas náuticas desde el Puerto de Palos de la Frontera, Sevilla, hasta aquí, atravesando el océano Atlántico en sólo dos meses y días?
No cabe dudas que se necesita de muchos conocimientos de geografía, de astronomía, y de navegación para llevar a feliz terminación la aventura de tratar de llegar a Asia navegando por occidente, hacia los límites extremos de la Mar Océana en búsqueda tierras e islas desconocidas.
Cristóbal Colón vivió una época en la que el espacio atlántico ejercía una poderosa atracción sobre las imaginaciones en la cristiandad latina; en tiempos en que la especulación sobre los límites oceánicos era un rasgo destacado de la cartografía. Dentro de ese ambiente, el proyecto del insigne marino de atravesar el océano parecía inteligible y hasta predecible.
Cristóbal Colón debió de elevarse culturalmente mucho antes de 1992; su transformación de marinero en navegante y geógrafo tuvo que haber ocurrido mucho antes de que partiera del Puerto de Palos a descubrir América. Por lo que puede con propiedad decirse que si sus lecturas no contribuyeron a la formación de su proyecto de descubrir nuevas tierras navegando hacia occidente al menos contribuyeron a su presentación ante los monarcas europeos con la ayuda de mapas y de libros.
La circunferencia del mundo había sido constantemente subestimada desde la Antigüedad, a pesar de que el mejor cálculo disponible, el de Eratóstenes de Alejandría tenía un error de sólo un 5%, tal vez menos si se asignan a los valores más favorables a las unidades de medidas del cosmógrafo. Eratóstenes había utilizado un método teóricamente infalible, calculando por trigonometría el ángulo subtenso en el centro de la Tierra mediante una línea medida entre dos puntos del mismo meridiano.
Sin embargo, en la práctica este método implicaba un margen de error: las distancias entre los puntos elegidos eran muy difíciles de medir y necesariamente tenía que existir alguna diferencia, por pequeña que ésta fuera, entre sus auténticos meridianos respectivos. Así, si bien dicho método despertaba admiración, sus resultados eran motivos de duda.
La idea de que pudiera existir una segunda masa de tierra en medio del océano opuesta al mundo familiar vulneraba dos dogmas firmemente establecidos: que todos los hombres descendían de Adán y que los apóstoles habían predicado por todo el mundo.
El historiador español Felipe Fernández Armesto, en la página 44 de su obra ¨Colón¨ publicado en Barcelona, en 1991 por la Editora Crítica, expresa al respecto: ¨ La creencia en Las Antípodas en las postrimerías de la Edad Media puede compararse perfectamente con la convicción de la existencia de mundos habitados en el espacio exterior en la actualidad, pues ambos tipos de mundo eran fervientemente imaginados y escépticamente desechados ¨Estrabón, geógrafo, historiador y filósofo griego, en su obra Geografía, cuya traducción circuló ampliamente por Europa a mediados del siglo XV, sitúa el supuesto continente desconocido aproximadamente donde Cristóbal Colón y otros navegantes de esa época esperaban encontrarlo: ¨ Es posible que en esa misma zona templada existan realmente dos mundos habitados o incluso más, y particularmente en las proximidades del paralelo que pasa por Atenas y que cruza el mar Atlántico ¨
Pero, algunas de las ideas de Estrabón plantean un desafío o un rechazo a la teoría de la circunferencia del mundo de Eratóstenes de Alejandría: ¨Si la inmensidad del mar Atlántico no lo impidiera, podríamos navegar desde Iberia hasta la India por el mismo paralelo¨
En su ¨Historia Rerum¨ de mediados del siglo XV, Enea Silvio Piccolomini, el futuro Papa Pío II, dio a la teoría de la existencia de las Antípodas su aprobación implícita, aunque luego la descartara, recordando que un cristiano debía preferir la visión tradicional.
La teoría de la existencia de las Antípodas era ampliamente debatida entre los humanistas italianos, su descubrimiento fue seriamente anticipado.
No está demostrado documentalmente que Cristóbal Colón leyera a Estrabón, pero en el juego de cartas marítimas, atribuido a su hermano Bartolomé, citaba al geógrafo, así como a Ptolomeo y a Plinio.
Cristóbal Colón consideró las Antípodas como un posible destino de su proyectada exploración atlántica como lo sugiere la respuesta de una de las comisiones que investigó su proyecto: ¨ San Agustín lo duda ¨ que expresa las dudas del doctor de la Iglesia sobre la existencia de las mismas. Cuando Colón regresó triunfante de su primer viaje al Nuevo Mundo afirmando que había llegado a Asia, muchos cosmógrafos italianos opinaron que no; que era a las Antípodas donde Colón había atracado.
Ptolomeo, matemático, astrónomo y geógrafo griego, afirmaba que el mundo conocido es extendía en una masa de tierra continua desde las extremidades occidentales de Europa hasta el límite oriental de Asia y que entre ambos puntos existía un océano intermedio y que era teóricamente posible pasar de Europa a Asia a través del Atlántico. En esto coincidía el saber de Ptolomeo con los proyectos de Cristóbal de que hacía el sur del mundo conocido existían tierras desconocidas. Pero, el Atlántico a que se refería Ptolomeo era demasiado amplio para ser navegable. De acuerdo con su tesis, la travesía de ese océano implicaría un viaje de más de 8 mil millas náuticas a través de la mitad del globo, lo que significaría una distancia por encima de las posibilidades de cualquier barco de la época.
La teoría de un Océano Atlántico limitado fue cultivada en el círculo del cosmógrafo florentino Paolo del Pozzo Toscanelli, cuyas opiniones al respecto fueron expresadas en una carta de junio de 1474 dirigida al rey Juan de Portugal y en una recapitulación subsiguiente dirigida a Cristóbal Colón.
Colón pensaba que los cálculos del cosmógrafo florentino eran demasiado exagerados y se propuso reducirlo buscando opiniones alternativas que permitieran pensar en un viaje más corto. El propio Ptolomeo la permitió aproximarse a una de ellas, las de Marino de Tiro que excedía en 45 grados las estimaciones del Florentino de la extensión de las tierras del mundo conocido. A partir de ahí, Cristóbal Colón basó sus cálculos de la amplitud del océano y del tamaño del globo en el libro ¨ Imago Mundi ¨ de Pierre d´ Ailly que Colón había leído antes de 1488. Los cálculos de Colón andaban por un 25% de la extensión real del Atlántico.
Cristóbal Colón decía estar convencido de que a un grado equivalía a 56 millas, por lo que el perímetro de la tierra en el ecuador era de 20 mil 400 millas. Pero, los cálculos del Descubridor de América eran errados. La longitud de un grado terrestre era de 62.5 millas y no de 56 como estimaba, por lo que la distancia real de costa a costa por el Atlántico hacia oriente era de 8 mil 125 millas náuticas.
Una corrección parcial a las conclusiones de Ptolomeo aparece en los viajes a los límites de Asia descrito por el Libro de Marco Polo que a Colón le parecía particularmente útil desde tres puntos de vista: porque reducía la extensión del océano de Ptolomeo; por la información que daba Marco Polo sobre la existencia en la costa asiática de no menos de 1378 islas; y, por la primera noticia fidedigna que llegaba a Europa sobre la existencia del Japón. No caben dudas que, antes de embarcarse en el Puerto de Palos, Colón ya poseía suficiente cultura erudita como para añadir los atributos de un geógrafo los logros de un navegante experimentado.
Al mando de una flota compuesta por dos carabelas, La Pinta y La Niña y una nao, la Santa María, embestido con el rango de Gran Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón zarpó del Puerto de Palos, la madrugada del 3 de agosto de 1492, con una tripulación de 88 hombres, contándose entre ellos, delincuentes y hombres de mal vivir. Pensaba adentrarse en el Atlántico, partiendo de Las Canarias. La travesía a través de esas islas fue la clave del viaje. Antes de que Colón pudiera descubrir América, necesitaba encontrar la ruta de los vientos alisios. De haber partido desde más al norte, le hubiera resultado imposible toparse con vientos favorables. Cuando los encontraron, el 6 de septiembre de 1492, la flota colombina abandonó la isla de San Sebastián de Gomera entre un frenesí de velas desplegadas y dejando la isla de Hierro a babor, la escuadra colombina se alejó del mundo conocido.
A lo largo de la travesía con destino a América, tras una serie de falsos avistamientos de tierra, Colón experimentó serios temores de que las tripulaciones de los barcos de la flota bajo su mando se le amotinaran. Era que muchos de ellos argumentaban ¨ que lo mejor de todo era echarlo una noche a la mar, si porfiase a pasar adelante y publicar que había él caído, tomando la estrella con su cuadrante o astrolabios¨. Los potenciales amotinados evocaban la figura de un inventor estrafalario que practica en soledad sus nuevas técnicas mientras lucha en cubierta con unos instrumentos inmanejables. Cristóbal Colón pudo sobreponerse a todas esas calamidades.
La noche del jueves 11 de octubre de 1492 el Cristóbal Colón vio una luz en el horizonte. A las dos de la mañana del día siguiente, un marino de Sevilla, estirándose desde la arboladura de La Pinta gritó ¡ Tierra! ¡ Tierra! No habían llegado al Japón, habían descubierto América.
El autor es catedrático titular de la UASD y Capitán de Corbeta ® MdeG.
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lunes, 15 de octubre de 2007
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