Fuente: La Jornada
Luis A. Boffil Gómez, corresponsal
Ciudad del Carmen, Camp., 27 de octubre. En los pasillos del área administrativa de Petróleos Mexicanos (Pemex) de esta ciudad, los trabajadores se abrazan y se despiden con un “suerte carnal, la vas a necesitar”. No es para menos. En el ambiente flota la tragedia ocurrida en la plataforma Usumacinta, donde una fuga de aceite y gas del pozo Kab 101 provocó la muerte de 22 trabajadores, según la Subprocuraduría de Justicia de Campeche, aunque Pemex insiste en que son 21.
Julio Gutiérrez Pazzi y Víctor Guillermo Aranda Sánchez forman parte del relevo que debía comenzar labores en dicha plataforma, pero desconocen adónde los enviarán ahora. Obviamente no a la estructura siniestrada.
Sin esconder lágrimas, los trabajadores afirman que conocieron a la mayoría de sus compañeros fallecidos. “Éramos sus relevos, ellos debieron bajar el viernes para que nosotros subiéramos a la Usumacinta”, manifestaron.
El miedo se puede observar en sus ojos y expresiones. Ir al mar, a la plataforma que les designen los administrativos de Pemex, significa viajar más de 150 kilómetros en lancha, unas cuatro horas.
Otra preocupación es que son eventuales y deben trabajar donde se les indique. Reciben su pago quincenal, pero si ahora no hay vacantes, entonces deberán quedarse varados en Ciudad del Carmen. Por supuesto, sin paga.
–Gusto en verte, cuídate, pronto nos veremos –se escucha en los pasillos de las oficinas de Pemex donde los empleados deambulan en busca de una oportunidad de “chambear” y donde tampoco olvidan la reciente tragedia.
Una de las historias que se comenta es la de Maribel Bolaños Castillo quien la mañana del martes trabajaba en una empresa china de comida en la plataforma, cuando escuchó la alerta de peligro.
De 34 años de edad, y con dos hijas que mantener, no lo pensó, salió de la cocina y se unió a sus compañeros que “corrían por todos lados, (decían) que la plataforma se incendiaba y en segundos iba a explotar”, asegura.
En un momento que no recuerda se introdujo en una de las mandarinas (botes de rescate). Al tocar mar, el bote empezó a quebrarse ante el fuerte oleaje y vientos superiores a cien kilómetros por hora. “Lo único que pensé es que no muriéramos al arriesgarnos”, dice. “Alcancé a sujetarme lo más fuerte que pude y creo que estuvimos más de seis horas a la deriva hasta que la nave tocó la costa”, indica después de salir del hospital del Seguro Social donde estuvo internada.
“Estoy viva por azares del destino y porque no me tocaba, hay que dar gracias a Dios”, dice esta mujer que con su trabajo mantiene a sus hijas Estéfani y Yadeisy, de 18 y 8 años de edad, acompañada de su madre, Fanny Castillo.
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