Fuente: La Nueva España
El inconcebible accidente del carguero «Don Pedro» a los pocos minutos de zarpar y a menos de una milla de la bocana del puerto de Ibiza ha vuelto a demostrar que hasta la más sencilla y rutinaria de las operaciones puede desencadenar una grave situación de emergencia que ponga en peligro vidas humanas y provoque daños materiales y medioambientales. Por fortuna, no hubo víctimas, la afluencia turística no se ha resentido, los perjuicios económicos podrán ser cuantificados e indemnizados y los vertidos de carburante del barco no llegaron a afectar al parque natural de Ses Salines ni a la excepcional pradera de posidonia que recubre el lecho marino entre las islas de Ibiza y Formentera, un tesoro ecológico declarado Patrimonio de la Humanidad.
Pero el naufragio del «Don Pedro» ha servido, entre otras cosas, para poner de relieve lo vulnerables que somos ante la multitud de riesgos derivados del tráfico marítimo que soporta todo el litoral español, y el insular muy en particular. Un tráfico marítimo tan intenso como descontrolado.
Para producir un desastre con multitud de damnificados no es preciso ponerse en la peor de las hipótesis, no hace falta un «Prestige» ni una gigantesca marea negra, basta un pequeño incidente provocado por la menor de las negligencias o el más inverosímil de los descuidos, combinados con algunas imprevisibles circunstancias adversas. No es difícil imaginar, por ejemplo, las fatales repercusiones económicas que puede tener para un destino turístico costero que cunda en los mercados emisores la psicosis de que su litoral está contaminado y puede ser peligroso para los bañistas. Por eso hay que ser cada día más rigurosos y exigentes con las condiciones en que se desarrolla el transporte marítimo, porque el escrupuloso cumplimiento de la normas es la mejor manera de prevenir una catástrofe o de minimizar sus consecuencias.
En el mar siempre hay riesgos, pero también los hay en el aire y en cambio la navegación aérea está sometida a muy estrictas exigencias que la muestran como un medio mucho más controlado y seguro. Sería muy útil disponer algún día de sistemas de seguimiento y supervisión de todo el tráfico marítimo -características y posición de las embarcaciones, rutas, tripulaciones, empresas armadoras, cargamentosÉ- tan precisos y efectivos como los empleados para ordenar el espacio aéreo, pero en cualquier caso lo que resulta imprescindible es que la Administración marítima española abandone la pasividad y la inoperancia que exhibe con tan escandalosa frecuencia y que ejerza con mucho mayor celo sus funciones de vigilancia y sanción, y no sólo en la navegación de cabotaje, sino también en la anárquica navegación de recreo.
¿Qué resultados pueden esperarse de ella en la persecución de los infractores que navegan lejos de las costas o en alta mar si muchas capitanías marítimas son incapaces siquiera de poner orden en el interior de los puertos y evitar las irregularidades que se cometen ante sus propias narices?
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