viernes, 26 de marzo de 2010

¿De verdad se hundió el Titanic?

Fuente: El Mundo
Curioso, ¿no? Pues agárrense que viene curva.

El Titán viajaba a unos 25 nudos (el Titanic a 22,5) y medía 243 metros (frente a los 269 del Titanic). Ambos eran considerados insumergibles por sus compartimentos estancos (16 el primero, 19 el segundo), estaban hechos de acero, tenían tres hélices y dos palos, y carecían de suficientes botes salvavidas. ¿Sabe a poco? Pues hay más.

El Titán tenía 40.000 caballos de vapor, el Titanic, 46.000; el primero pesaba 46.328 toneladas, el segundo 45.000. Por si fuera poco, los dos chocaron contra un iceberg una noche de abril cuando hacían la ruta Inglaterra – Nueva York, y eran propiedad de navieras inglesas radicadas en Liverpool y con oficinas en la ciudad de los rascacielos.

Por supuesto, hay diferencias. El Titán no realizaba su viaje inaugural, sino el tercero, y acababa de dejar EEUU en dirección a Inglaterra (lo contrario que el Titanic). De las 3.000 personas que viajaban en él murieron todos menos 13; en el Titanic ‘sólo’ perdieron la vida unos 1.500 y otros 700 se salvaron. Aun así el peso de las coincidencias es abrumador y eso que la lista no es completa. Demasiadas casualidades como para no llamar la atención.

El estado actual del Titanic.

Con estos datos hay un libro (Desafíos a la historia de Lorenzo Fernández) que defiende que Robertson pudo tener una premonición o precognición (que es igual pero no es lo mismo, Martes y 13 dixit). Es difícil negar que la ficción se parece demasiado a la realidad y más teniendo en cuenta que hablamos de un relato escrito cuando aún no se había comenzado a construir el Titanic. ¿Significa esto que podemos recibir información del futuro, aunque sea de forma inconsciente, y prever lo que va a ocurrir? No, lo que significa es que los misteriodistas tienen mucha cara y suelen ocultar cualquier dato que contradiga sus hipótesis.

En Enigmas Célebres Massimo Polidoro (conocido escéptico italiano) aporta muchos datos interesantes. Algunos son de lógica, aunque no rebaten la teoría de la premonición. Por ejemplo, que ambos sucesos se produjeran en abril y en una zona distante apenas 200 millas no es casualidad. Robertson situó su novela en un lugar del Atlántico Norte donde varios barcos habían sufrido accidentes similares y en un momento (abril) en el que el aumento del calor por la primavera hace que los icebergs sean más frecuentes.

Lo mismo pasa con la escasez de botes de salvamento, una crítica habitual en la época ya que su número no dependía del de pasajeros sino de la distancia a recorrer. Pese a todo los nombres (Titán y Titanic) son demasiado similares para pasarlos por alto. Un gran barco necesita (real o ficticio) un nombre que evoque su grandeza. La Dorada está bien para el de Chanquete, pero para un mega-transatlántico hacía falta más.

Titán es un nombre con poderío suficiente, pero seguro que a nadie en la compañía White Star se le ocurriría bautizar su nave con un nombre asociado a una tragedia (aunque fuera de ficción). Quizás la respuesta es que no conocían el relato. Aun así, la tesis de la premonición no ha perdido suficiente fuerza como para desdeñarla. Las características de ambos barcos eran demasiado similares. ¿Mucha casualidad? Para nada.

Fernández afirma sin despeinarse que Robertson era médium y así obtenía sus datos. Un argumento que debería pulir para aclarar si las fuentes del escritor eran los espíritus de gente aún viva o fantasmas del futuro. Además oculta la historia de un tercer barco, el hermano 'no nacido’ del Titanic. En septiembre de 1892, The New York Times publicó un artículo sobre la maravilla en la que trabajaba la White Star: su nombre era Gigantic e iba a tener una longitud de 213 metros y unos 45.000 caballos de vapor. Con sus tres hélices, podría viajar a una velocidad de entre 22 y 27 nudos.



Una hipótesis alternativa a considerar.

Y así nacieron Titán y Futility. La novela no era más que una historia sobre la ambición humana tan vieja como la de la Torre de Babel e inspirada en los accidentes que navíos como el Pacific o el Arizona habían sufrido en años anteriores en esas mismas aguas y en circunstancias similares. El argumento ni siquera era nuevo. Una de las víctimas reales (William Thomas Stead) escribió en 1892 un relato parecido.

Polidoro no demuestra que las premoniciones no existan (aunque no existen), sólo que la del Futility no fue una de ellas. Su forma de proceder en esta investigación consigue al menos desmontar un argumento a favor de su existencia. Eso hace su libro tan recomendable. En cambio, si las premoniciones son reales, Fernández les hace un flaco favor ya que, en lugar de rebatir todos los datos en contra, sólo utiliza los que le interesan y su tesis pierde credibilidad.

Es lo que hacen los misteriodistas y no se dan cuenta de que si quieren demostrar que lo paranormal es una realidad deben enfrentarse a todos los datos, sobre todo a los que les resultan incómodos. Aunque sea al precio de perder su aura de 'heterodoxos' y vender menos

No hay comentarios.:

Publicar un comentario