lunes, 19 de enero de 2009

Dos marineros en tierra de nadie

Fuente: Diario Vasco
Alexander y Denis, de Ucrania, subsisten desde junio en un barco fondeado en
Pasaia. La naviera los abandonó a su suerte y ahora esperan su regreso a casa

DV. Cuesta horrores hacerse entender con Alexander Tereshenkov y Denis Yanovskiy, dos marineros ucranianos que subsisten desde hace seis meses en un barco fondeado en Pasaia. Ninguno de los dos habla castellano y apenas chapurrean dos frases en inglés. Pero las palabras sobran cuando se abre la puerta herrumbrosa del Capella y la pareja nos invita a un café para ilustrar una historia injusta a todas luces.

El relato no es muy diferente al de otras muchas vidas ancladas a la fuerza en puertos de medio mundo, marinos abandonados a su suerte por navieras en quiebra o empresas que, simplemente, se desentienden de sus obligaciones económicas escudadas en la maraña de intermediarios del negocio mercante. Son, dicen, «los nuevos piratas del mar» y sus empleados, como Denis y Alexander, víctimas indefensas que sólo quieren recuperar el dinero que se les debe y regresar a casa. «No money, no eat. Only go home (No dinero, no comer. Sólo ir a casa)», resume Alexander, mientras fuma un pitillo en el habitáculo que hace las veces de comedor. Denis, de sólo 22 años y unos ojos azules como bolas de billar, se muestra algo más reservado, quizá asediado por dos extraños que no hacen sino preguntas, pero enseguida intervendrá en la conversación.

Hay que remontarse al 6 de junio del año pasado para el inicio de esta historia que pronto tendrá su final feliz. El Capella, un barco con bandera de Antigua y Barbuda, uno de esos tantos países a los que se adscriben los armadores que quieren sortear las mínimas regulaciones laborales, atraca en el puerto de Pasaia para descargar el metal que transporta. Una parada más de una ruta que se improvisa a golpe de oferta, como nómadas del mar.

Mohamed Arrachedi recibió la primera petición de ayuda de la tripulación, ocho ciudadanos ucranianos, a mediados de agosto, en plenas vacaciones de verano. Él es inspector de la ITF, la federación internacional de los trabajadores del transporte, aunque Denis y Alexander prefieren llamarle helpman, el hombre que les ayuda. «No es un caso aislado, al contrario. Hay un montón de historias dramáticas, tanto desde el punto de vista laboral como humano, que pasan desapercibidas», denuncia Mohamed, del sindicato ELA. El Capella, de hecho, apenas llama la atención en la bahía, junto a los astilleros Zamakona, pero dentro la cosa pinta bien distinta.

Ya de vuelta, el 2 de septiembre, Mohamed inició los trámites habituales para resolver la situación laboral de los ocho marineros que permanecían a bordo. Habló con la empresa armadora, Balimar Shipping, una compañía de Estonia y, tras la negociación, logró que a todos se les devolviera los meses de sueldo sin ingresar y se les pagara el billete de vuelta a su casa.

20.000 dólares de deuda

Alexander prefirió sin embargo quedarse a bordo. La empresa le prometió de nuevo trabajo para unos meses más. Y él, aunque ahora se arrepienta, confió a pies juntillas en el armador. La misma lisonja debió de escuchar Denis, que llegó al barco pocos días después. Pero nunca nadie volvió a hacerse cargo de ellos.

Desde entonces hasta hoy, los dos marinos han sobrevivido gracias a la ayuda de la ITF y de Cáritas de Pasai Donibane. Laurentxi Pérez y Jesús Mari Madinabeitia les visitan varias veces por semana. Les acompañan a hacer la compra o a tomarse un café en el bar cercano. «El otro día se encontraron con dos compatriotas y ahí estuvieron charlando. Nosotros intentamos ayudarles en lo que podemos. Su situación es desde luego muy dura», se lamenta Laurentxi. Mohamed también se pasa por el barco siempre que puede. «No les han pagado el sueldo -unos 10.000 dólares por cabeza-, no tienen agua potable, ni gasoil. Y si abandonan el barco por sus propio medios, pierden todos sus derechos», explica.

Alexander y Denis agradecen el gesto. Después de seis meses prisioneros en su propio barco, ven por fin la luz. «Un banco de Riga, en Letonia, ha comprado el barco y los otros dos buques de la naviera. Hemos hablado con ellos y en principio se van a hacer cargo de la deuda y de pagarles el billete de vuelta», informa Mohamed. Aunque la fecha de vuelta todavía no está cerrada, los dos marinos ya cuentan los días para regresar a su ciudad natal, Odessa. Allí les espera su familia. Alexander, 57 años, está casado y tiene tres hijos. «One man, two women (un hombre y dos mujeres)», precisa. Se le ilumina la cara cuando habla de ellos y enseguida saca el teléfono móvil para presumir de mujer, cuya imagen preside el fondo de pantalla. También muestra una fotografía de su padre, fallecido el pasado mes de diciembre y a cuyo funeral no pudo ir porque ya se encontraba apresado en el Capella. «Problems, problems», repite como para excusarse.

Denis, hasta el momento callado durante toda la conversación, se ausenta de la sala y vuelve al segundo con su ordenador portátil. Lo abre y muestra más fotos. Su mujer posa con uno de sus dos perros. En otra imagen, la joven luce en bikini en una de las playas del Mar Negro, donde pasaron sus últimas vacaciones. Denis lo señala en el mapa que cubre una de las paredes. «Very beautiful (muy bonito)», describe. Y entre recuerdo y recuerdo, Alexander ameniza el rato con varias canciones a la guitarra, una afición a la que le saca partido cuando permanece en tierra y visita los bares de su ciudad. Encajonado en el banco del comedor, rasga las cuerdas y canta una letra que suena melancólica. Todos escuchan. El tiempo parece haberse detenido, o más bien retenido, en el Capella.

aldaz@diariovasco.com

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