jueves, 25 de septiembre de 2008

Un capitán polaco, al frente de uno de los clientes más fieles de la bahía

Fuente: El Diario Montanes

El 'Monika Muller' lo gobierna desde hace tres años Pacholsky, un marino que confiesa que cada vez se navega con «más presión»

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Andrzej Pacholski nació en Aleksandrow Kokawski, una localidad del centro de Polonia que dista 250 kilómetros del mar. Por esas cosas del destino sus padres, se fueron a vivir a Gydnya. Fue en ese puerto donde cogió «afición a la mar» hasta el punto que lleva treinta años rodando por las mares del mundo. Desde 2005 manda el 'Monika Muller', un pequeño barco que, como la barca de Treto, va y viene y viene y va. A Raos suele traer chatarra o clinker y en Raos carga cemento para Sharpnnes (Gran Bretaña), de modo y manera que es uno de los buques que encabezan el grupo de clientes fijos de la bahía.

Los polacos son gente apasionada y Pacholsky no escapa a la regla. Le gusta Santander desde que traspasó por primera vez la barra siendo tercer oficial. «Llegué de Nigeria con un cargamento de cacao. Santander me pareció 'beatiful'». Pacholski asegura que se quiere quedar a vivir en la capital cántabra donde tiene un amigo que lleva dieciocho años. «Se exilió cuando mandaba el general Jaruzelsky y trabaja como traductor». Andrzek al recordar a ese compañero relata un hecho entre risas. «El ex jefe del estado polaco y secretario del partido comunista vino luego a la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y le estuvo traduciendo mi amigo». Pacholsky habla con cariño de su tripulación y no tiene queja de los platos que prepara el cocinero que es de nacionalidad ucraniana «A otros les mandé para su casa».

Este marino de 54 años asegura que actualmente se navega con mucha presión «no tienes tiempo para pisar tierra. No has acabado de estibar y ya te está diciendo el armador 'Sal ya'». Él tiene más suerte porque una vez cargadas las bodegas del buque de cemento hay que esperar unas doce horas a que este material espese para evitar su corrimiento. A Andrzek le gusta conversar. Está casado y tiene una hija de 23 años que toca el piano. Él cuenta que salió de muchos apuros en la mar entre risa y risa: «En Bangladesh los piratas nos asaltaron y nos llevaron todos los aparatos eléctricos del buque. He vivido varias veces fuego a bordo y en Accaba (Jordania) casi naufragamos al perder el ancla y chocar el barco contra unos pretiles que nos abrieron unos grandes agujeros en el casco. Viniendo de Houston perdimos toda la carga empaquetada que iba en cubierta por el temporal». Podría escribir un libro de esos 30 años de navegación, cosa que rechaza recalcando que ahora «no hay nada de positivo en la mar. El romanticismo lo tienen los jóvenes cuando se embarcan pero a mí se me pasó. Ahora es una carrera poco atractiva por la presión con la que se trabaja y el recorte de gastos. Hay buques en los que el armador ha suprimido al cocinero» pero aún así, ¿viva la contradicción humana!, él esta dispuesto a navegar «hasta que el cuerpo aguante» y cuando se le recuerda que la edad de la jubilación es a los 65 años, señala rotundo que «el capitán del 'Prestige' tenía 67 años» cuando el petrolero se fue a pique provocando una de las más graves catástrofes ecológicas. Claro que para él y para la mayoría de los oficiales de la marina mercante el capitán del Prestige se portó como un héroe.

El consignatario es Piñeiro

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