“Un marinero no se rinde a la tristeza” (Jorge Amado)
Fuente: Cina
Son muchos los libros que hacen del mar y de la navegación sus protagonistas.
El mar, como no podría ser menos, forma parte de historias inquietantes, aventuras románticas, peleas utópicas, piratas intrépidos y canallas, amores imposibles (que por otra parte son los que más duran), tesoros escondidos... pero de estos libros no queremos hablar ahora.
Hay otros muchos escritores y escritoras que aunque sus historias no hablen del mar ni de la navegación dejan entrever en sus líneas su gusto o querencia por ellos. Y así, utilizan el mar, los barcos, el viento, las olas para definir estados de ánimo, apoyar descripciones, subrayar impresiones, evocar momentos vividos... son, como pequeñas píldoras marítimas.
Algunos de estos escritores son marinos y conocen el medio (Arturo Pérez Reverte, Caballero Bonald...), otros son simplemente marineros de salón como se autodefinía Neruda que no paraba de escribir sobre el mar y de coleccionar trozos de barcos y nunca se subió a uno de ellos. De esas “navegaciones entre líneas” es de lo que queremos hablar ahora. Difícil tarea porque como bien dice Luis Sepúlveda “no basta el lenguaje para hablar del mar”.
Por ejemplo, Vázquez Montalbán en una novela como Galíndez, de espionajes y dictaduras, pone en boca de su personaje frases como esta: “Vivir no es necesario, navegar sí, y ese fue el lema de mi vida”. Ya Platón decía que “hay tres tipos de seres humanos, los vivos, los muertos y los navegantes”, frase nada descabellada para un griego de la época que recibía del mar su comercio, sus alimentos, sus mitos e incluso su historia.
Manuel Rivas, en “El lápiz del carpintero”, es como si hubiera dormido en O Grove dentro del Finisterre oyendo el tensar y el destensar de las amarras, el crujir de las defensas y el tintineo de las jarcias, cuando describe “Era una noche de viento, de mucho acordeón en la ría”.
O como si Luis Sepúveda hubiera estado una mañana en Boiro preparando el plan de navegación del día sobre la carta de la Ría de Arousa cuando dice “D. Pancho extendió una carta marina encima de la mesa y su dedo empezó a navegar”.
Alguien tan mesetario, madrileño para más señas, como Ramón González de la Serna también se acuerda del mar en su Greguerías: “Al mar le gusta la impunidad y por eso borra toda huella de la playa”.
El guatemalteco Miguel Ángel Asturias en su estupenda novela, repleta de metáforas increíbles, “El Señor Presidente”, cuenta que todo está tan mal que hasta “la rosa de los vientos se queda sin pétalos”. El gran Mario Benedetti ajeno, por vocación, a cualquier tipo de ejercicio físico, recupera al mar en sus momentos nostálgicos cuando dice “me enamoré hace mucho de la mar transparente y sin dioses”.
Cómo no iba a hablar un romántico como Espronceda de piratas. Aunque nacido en Almendralejo, se conoce que en su destierro lisboeta compartiría mesa con navegantes de taberna para enterarse que las encalmadas son tan malas como las tormentas y luego poder decir “no hay tormenta ni bonanza que mi rumbo a torcer alcanza...”.
Y así, muchas y muchas frases, detalles, guiños donde aparece, sin avisar, el mar y la navegación. Encontrarlos se convierte en un placer y en una aventura.
A lo mejor es que cuando se lee también se navega. ¿O será al revés? Ante la duda, lo mejor es meter un buen libro al lado de las botas de agua y no olvidar que “en tierra todos son problemas”.
Pedro Plaza
1 En “Los viejos marineros”, que a pesar del título no tiene que ver mucho con el mar.
2 En el libro “El mundo del fin del mundo”
3 Lo cuenta Caballero Bonald en Mar Adentro.
4 En “El olvido está lleno de memoria”
5 Cita de comienzo de título que utiliza Pérez Reverte en la Carta esférica.
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