Fuente: La Cronica de Hoy
Por: Juan Manuel Asai / Opinión
Los maestros de geografía suelen presumir el dato de que México tiene 11 mil kilómetros de litorales, conectados a los dos océanos más grandes del mundo. La superficie marina es el doble de la terrestre, además de contar con 15 puertos de altura. Un privilegio que muchos otros países del mundo desearían tener, pues representa una fuente inmensa de riqueza que podría llevarnos, en pocos años, a niveles superiores de desarrollo.
Piratas del Siglo XXI
A pesar de los severos problemas sociales que enfrenta el país, flagelado por la pobreza y el desempleo, en un alarde de insensatez México se ha dado el lujo de dejar para después el impulso a la actividad marina en el país, como lo prueba la crisis, terminal en opinión de algunos expertos, de la marina mercante mexicana. Los barcos nacionales naufragan mientras que extranjeros se hacen cargo de la operación de puertos, de los servicios marítimos y del transporte de carga vía marítima, como si el mar patrimonial no fuera nuestro, sino botín de piratas contemporáneos, más depredadores incluso que sus colegas del siglo XVII.
Potencias mundiales como Japón, Alemania, China y Estados Unidos fundamentan su hegemonía, en buena medida, en el control de los mares. Un dato duro revela su interés: más del 90 por ciento del comercio mundial se realiza vía marítima. No extraña, por lo tanto, que las potencias recurran a toda clase de triquiñuelas para controlar la flota mercante mundial, aunque sus barcos naveguen con la bandera de Panamá, Bahamas, Bermudas o Vanuatu y demás paraísos fiscales esparcidos por el mundo.
Mientras a nivel mundial el movimiento del comercio marítimo es incesante, con tasas de crecimiento superiores al cuatro por ciento anual, en nuestro país la marina mercante no hace olas. Su presencia a nivel mundial es imperceptible, representa apenas el 0.1 del comercio internacional, prácticamente nada. Es paradójico que mientras el comercio internacional mexicano crece la tendencia del transporte marítimo del país se hunda. No llegamos a esta situación por accidente. Es la suma de décadas de errores y omisiones. Sucesivos gobiernos priistas y panistas han soslayado el respaldo integral a esta actividad. Su desdén es colosal. Le han dado la espalda al mar. De vez en cuando algún funcionario público lanza, digamos el Día de la Marina, algún encendido discurso sobre la importancia de los mares nacionales, pero cuando la efeméride pasa el abandono se hace evidente.
En el ámbito del cabotaje, que es el tráfico de mercancías vía marítima entre diversos puntos del país, el panorama no podía ser más adverso. Se trata de una actividad que la ley reserva a los mexicanos, pero que en la práctica la realizan extranjeros, en naves con banderas de naciones improbables, difíciles de localizar en los mapas, que surcan nuestros mares al amparo de permisos especiales que obtienen de manera dudosa. Además, contraviniendo la regulación, la tripulación suele ser mayoritariamente foránea, por lo que son extranjeros los que se quedan con los empleos. Los marinos mexicanos que llegan a contratar no gozan de ninguna prestación laboral, se conforman con conseguir una chamba temporal.
Estamos ante un problema de seguridad nacional. Dejar en manos de extranjeros la operación de nuestras costas, el transporte de petróleo y granos básicos es un error histórico que tarde o temprano pagaremos caro. Es como dejar los cielos nacionales en poder de aerolíneas extranjeras, que vuelen a donde les convenga, cuando quieran e imponiendo tarifas.
Pemex regatea
El petróleo es la mercancía más transportada del mundo y México, importante productor de crudo, no es la excepción. Factor determinante en la crisis de la marina mercante mexicana es la falta de apoyo de Pemex. La paraestatal fleta sistemáticamente embarcaciones extranjeras para el traslado de sus productos. Algunos especialistas sostienen que no sólo regatea el respaldo a la flota nacional, la discrimina. Como en otras áreas de su operación, la estrategia de la paraestatal, desde hace varias administraciones, es la siguiente: primero regatea el respaldo a empresarios nacionales, los hace participar en el mercado en condiciones desiguales, lo que con el paso de los años afecta su competitividad, después alega que los mexicanos ofrecen servicios muy caros y por último contrata a empresas extranjeras. No falla.
La industria del transporte marítimo podría detonar si cambiaran criterios miopes, de corto plazo, que obstaculizan su desarrollo. Una perspectiva nacionalista de largo plazo por parte de Pemex es la clave. Si el petróleo, como dice la propaganda oficial, es nuestro, ¿por qué no beneficiar más decididamente a los mexicanos? En cientos de promocionales oficiales hemos oído lo insensato que resulta comprar gasolina en países como la India. En el caso de los buques-tanque es lo mismo. ¿Por qué contratar un barco de bandera extranjera, en lugar de dar ese contrato a empresarios mexicanos y crear empleos aquí y no en algún país de Indochina?
En la prolongada serie de debates en el Senado de la República, en las consultas para militantes perredistas e incluso en las movilizaciones callejeras, poco o nada se ha dicho del papel protagónico de Pemex en el rescate y fortalecimiento de la marina mercante de México, ya que la paraestatal es con mucho el principal contratante de servicios de transportación marítima. Mientras perdemos el tiempo en discusiones bizantinas, los piratas del Siglo XXI hacen de las suyas, se lanzan al abordaje e imponen condiciones.
La reactivación de la marina mercante mexicana es opción real para el desarrollo regional. México tiene, en consecuencia, la imperiosa necesidad de ampliar y modernizar su flota mercante. Hay que respaldar de manera decidida a empresarios mexicanos que ya están en el sector, no más de 20 empresas, algunas con más de medio siglo de surcar mares embravecidos, e incentivar la participación de nuevos jugadores mexicanos. No se trata de incurrir en nacionalismos trasnochados, sino de proteger intereses nacionales básicos.
¿Qué hacer?
Los integrantes de la industria han señalado que se requiere establecer mecanismos imaginativos de financiamiento e incentivos fiscales que alienten la adquisición y permitan el mantenimiento de los barcos. La flota actual es pequeña, obsoleta y, en ocasiones, insegura. Se necesita acceder a garantías gubernamentales para la obtención de créditos, como ocurre en países como Estados Unidos y Japón. Destinar fondos etiquetados para la construcción de embarcaciones de altura, asegurar la exclusividad del tráfico de cabotaje para embarcaciones nacionales, aumentar los impuestos a embarcaciones con bandera extranjera interesadas en ese servicio y asegurar los derechos laborales de los marinos mexicanos contratados por corsarios foráneos.
Es un error estratégico depender de otras naciones para el transporte de granos básicos, petróleo y otras mercancías, cuando la lógica dicta, por seguridad nacional, que se debe privilegiar en todos los escenarios a empresarios, marinos y embarcaciones mexicanos. El relanzamiento de la marina mercante del país es un objetivo común. Hay que impulsarlo.
jasaicamacho@yahoo.com
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