Fuente: Noticia Cristiana
(NoticiaCristiana.com) Entre junio y julio, cientos de obreros de la pesca asiáticos llegan a Montevideo, y aunque cumplen con la tradición de recorrer los bares y protagonizar alguna que otra trifulca, muchos prefieren pasar el rato en una iglesia coreana que se instaló en Uruguay sólo para recibirlos.
Es sábado al mediodía. En un galpón de Ciudad Vieja hay 80 asiáticos almorzando. Son pescadores. A su alrededor, dos mujeres y tres hombres sirven carne asada, ensaladas, arroz blanco y algún ensopado. Van y vienen de la cocina con rapidez, se les acercan, les sonríen y les preguntan algo que parece ser un “¿está todo bien?” En las paredes cuelgan globos e imágenes de Jesús. Una joven coreana saca fotos, se la ve contenta. Es como una fiesta. En la Iglesia de los Hermanos reciben a todos los pescadores asiáticos que llegan a Montevideo después de seis meses de trabajo en el mar.
Hace 37 años Simon Lee, un pescador coreano que por entonces tenía 20 años, conoció a una pareja de misioneros, también coreanos, enviados por una organización de su país a trabajar en los distintos puertos del mundo. Nunca más los volvió a ver, pero desde ese momento comenzó a fijarse a la vida que llevaban muchos de sus compañeros. En otros viajes se fue vinculando a la organización y en 2002 llegó al puerto de Montevideo para radicarse definitivamente. Acá se unió al trabajo de una iglesia evangélica con sede en Melilla, y en 2004 inauguró una nueva iglesia, la Iglesia de los Hermanos. Hoy trabajan 11 personas: ocho misioneros, dos diáconos y un pastor evangélico.
A una cuadra del puerto, por la calle Bartolomé Mitre, la Iglesia de los Hermanos recibe a los pescadores asiáticos que llegan a Montevideo a descargar la mercancía y que residen en el puerto unos días antes de volver a sus hogares o seguir trabajando con otra tripulación. En junio llegan alrededor de 80 barcos de bandera asiática con 30 tripulantes en cada uno. Son chinos, coreanos, indonesios, filipinos y vietnamitas.
La Iglesia de los Hermanos integra un movimiento internacional que tiene oficina central en Corea y que congrega tanto a misioneros como pastores evangélicos en pro de una mejor calidad de vida de estos tripulantes asiáticos.
Caleb es un misionero coreano que llegó en 2004. Se encarga de la logística de la iglesia. “Pertenecemos a una organización relacionada con la Iglesia evangélica coreana, que centraliza a los misioneros para enviarlos a más de 700 puertos en todo el mundo”. Esa oficina en Corea mantiene económicamente las actividades y materiales que necesiten las iglesias locales, pero los gastos fijos de la casa van por cuenta de los misioneros. “Depende de la gente que venga, pero pagamos aproximadamente US$ 1.500 por mes en gastos de alquiler, comida, luz, teléfono. Eso lo costeamos con donaciones y con el apoyo de la iglesia evangélica argentina”.
La Iglesia de los Hermanos tiene convenio con Uruguay Seafarers Centre, una empresa privada también coreana y que compró la casa que antes estaba en manos de la Iglesia evangélica uruguaya. Lo bautizaron Galilea y es un campo en Camino de los Orientales, cerca de la Ruta 15, en el cual ahora la Iglesia de los Hermanos realiza distintas actividades con los pescadores y a la que aporta económicamente a través de donaciones. Simon Lee es el director de Galilea: “Es un lugar de descanso y recreación para los pescadores. Les damos karaoke, fútbol, baño oriental, charlas para reflexionar. Y ellos van con los misioneros entre dos y cuatro veces al año.”
Simon, con más de 20 años en el oficio, entiende lo que sienten los pescadores. “Soledad” es la mejor palabra para definirlo: “En altamar no hay nada y por seis meses no hay quien les enseñe o los contenga. Muchos han llegado a suicidarse. Cuando vienen acá, intentamos darles una mano de amor”, plantea. Su acercamiento a los pescadores comienza desde que parten los barcos, a través de los misioneros que están en el lugar de salida. Al llegar, gracias al contacto que les facilitan las operadoras marítimas, los visitan en los barcos. Se presentan para los que aún no los conocen, y los invitan a las actividades en la iglesia. “Algunos de ellos son cristianos, pero la mayoría no”, explica Caleb. De todas maneras, muchos se acercan al menos para almorzar y sentirse “como en casa”. Los días que están los pescadores en el puerto, los invitan a las actividades del fin de semana. Los domingos a las 11 y a las 19 se realiza una celebración religiosa evangélica. Al mediodía sirven el almuerzo y de tarde un té o un café; luego tienen reuniones o charlas reflexivas y después se retiran al barco nuevamente. “A veces llegan muchos, a veces pocos: es difícil saberlo. Nosotros simplemente los invitamos”, aclara el misionero coreano.
Para Raúl Isa, encargado de la flota pesquera del Departamento Marítimo de Christophersen, la iglesia es una opción novedosa para los pescadores asiáticos. “Este es un rubro que entró hace un par de años y hay muchos tripulantes que van, más que nada los chinos, que son muy religiosos. Les dan charlas a los marineros, viven acá, y aparte son muy buena gente. Yo les hago los pases al puerto. Están acá especialmente para esas tripulaciones”, comentó.
Además de ir a la iglesia los tripulantes concurren a los bares y whiskerías que hay en Ciudad Vieja y que hace años trabajan específicamente con las poblaciones asiáticas. Los misioneros coreanos entienden que es “lógico, comprensible” que suceda, ya que seis meses están solos y lo que necesitan es alcohol y mujeres. En la Iglesia de los Hermanos intentan ofrecerles algo que consideran significativo y no pretenden luchar contra actividades que ya son tradicionales para los pescadores.
En los bares, la rutina de los marineros es emborracharse y terminar en una pelea. “A veces hay líos porque uno está borracho y no le paga al taxi, o líos en alguna whiskería. Nosotros nos enteramos y muchas veces tenemos que ir a buscarlos. Pero de tanta gente que hay, cosas serias solo ocurren a veces, y alguna vez por año se da alguna pelea de todos los chinos contra todos los indonesios o los coreanos. Se juntan afuera porque están borrachos, y uno le dijo algo a otro, y así…”, explica Isa. Cuando hay problemas, la policía llama a Christophersen porque es la operadora marítima de referencia y tiene una persona al teléfono las 24 horas.
Isa cuenta que en los líos entre nacionalidades, alcohol de por medio, los tripulantes se suelen diferenciar por sus personalidades. “Los coreanos son los más bravos, la raza coreana suele ser más violenta. La china es muy sumisa, es más del pienso, agacha la cabeza y va para adelante. Japoneses hay muy poquitos, pero ellos mismos se crean su isla; si alguien levantó la voz, miran para otro lado y se van caminando tranquilos. Filipinos e indonesios también son tranquilos. Pero lo que sí hay siempre, como en todo grupo, es algún líder que, cuando está tomado, reúne bandos y arma grescas. Siempre son por eso: alcohol y bandos, 15 de un lado y 15 del otro”.
La Iglesia de los Hermanos también se hace cargo de los pescadores que están en problemas. Si hay alguno herido que debe internarse en el hospital, los misioneros suelen acudir para ayudar a la comunicación con el personal médico. De la misma forma, si un tripulante muere, asisten al entierro como forma de contención: “Hace quince días murió un vietnamita”, cuenta Alex, un misionero indonesio. “No fue por una riña, venía enfermo desde altamar, y fuimos al Cementerio del Norte”.
La mayoría de los tripulantes son chinos y coreanos, pero también hay indonesios, filipinos y vietnamitas. Para cada nacionalidad la iglesia tiene una forma de comunicarse. Con los coreanos es muy sencillo porque tanto Simon, como Caleb, son coreanos. También se entienden con los chinos, porque por más que hablen distintos idiomas, la frontera compartida permite que muchos coreanos dominen chino y viceversa. Para los indonesios llegó Alex hace nueve meses; con los filipinos, el idioma es el inglés.
El problema son los vietnamitas. Mientras Simon, Alex, Caleb y David -el único pastor- intentan comunicarse con Qué Pasa en una mezcla de inglés y español muy pobre, dos pescadores vietnamitas escuchan como si entendieran, pero no. Con ellos nadie puede hacerse entender. Igual, están ahí. Consultados sobre cómo se sienten en la Iglesia, luego de que Caleb intentara hacerse entender como traductor, uno de ellos, sonriendo, responde bajito: “Good”.
Mientras están en el puerto de Montevideo, los tripulantes orientales salen a llamar por teléfono a sus familias. La mayoría no sabe usar Internet, aunque algunos chinos acostumbran ir a los cybers en los que encuentran compatriotas: “Los chinos se juntan mucho es en los cybers porque hay dos o tres chinos que abrieron locales con Internet, entonces se juntan ahí. Están horas, socializan en su mundo”, explica Isa.
Otras veces visitan la feria de la peatonal Sarandí, aunque no se encuentran del todo cómodos: “Ven que hay mucha gente acá en la peatonal, entonces alguno se anima. Yo he ido con los capitanes, pero van una vez y no van más. No les gusta, porque como no se hacen entender, no les llama la atención”, entiende el representante de Christophersen. “Y después están los que tienen más poder económico que van a gastar fichas al casino. Esos suelen ser coreanos”.
De todas formas, los pescadores generalmente son pobres. “El nivel es bajo. El de los chinos continentales era más alto antes, porque la diferencia que hacían embarcándose era más redituable que trabajar en el continente. Pero ahora ellos mismos buscan otras posibilidades. Por el mismo salario, prefieren quedarse en su país y no un año fuera de la casa. Entonces va bajando el nivel. De eso me di cuenta hace cosa de un año y medio”. Además del nivel socio-económico, la edad también viene disminuyendo: “Vienen cada vez más jóvenes. Antes llegaba uno de 18 años y la mayoría de 20. Ahora es al revés: uno o dos de 20 y la mayoría de 18. Es que no entran a estudiar, qué van a hacer, y se ve que hay empresas que contratan marineros, que tienen contactos con barcos, como si fuera una empresa de mucamas.”
Los barcos coreanos antes tenían, de una tripulación de 30, 30 coreanos. Ahora por el tema económico los oficiales suelen ser coreanos, y todos los marineros y maquinistas chinos, o filipinos, o vietnamitas. “Está cambiando. El tema económico es los sueldos que pagan. No sé los montos, pero el sueldo de un marinero chino es tres o cuatro veces más barato que el de un marinero coreano. Mismo trabajo, misma experiencia, todo igual, pero pagan cuatro veces menos. Son diferentes economías”, entiende Isa.
Los tripulantes orientales suelen ser objeto de asaltos y actos violentos en la zona portuaria. Este fenómeno responde a la imagen que, según los misioneros coreanos, los uruguayos se han hecho de los pescadores: “el marinero borracho e indefenso”. Caleb y Simon entienden que en Montevideo hay mucha delincuencia, como en toda ciudad-puerto. El año pasado contrataron un policía para cuidar a los marineros pero como no cambiaba la situación, lo han retirado. Ellos mismos dicen haber sido asaltados y violentados más de una vez.
No les resulta sencilla la vida acá. Caleb piensa que los uruguayos son gente “poco abierta, cerrada, conservadora. En la calle son amables si tienen que decirte dónde queda una calle, por ejemplo, pero son fríos: no entran en relación”. Simon hace treinta años que vive en Uruguay, y opina distinto: “Los uruguayos son gente muy buena. No hay discriminación acá.” Él admite estar familiarizado con la gente de acá y comprende que para muchos asiáticos sea difícil relacionarse con los uruguayos, aunque insiste que, para él, “los uruguayos son como hermanos”.
Mientras tanto, cientos de pescadores asiáticos prefieren quedarse en el puerto la mayoría del tiempo. León, uno de los traductores de Christophersen, hace de interlocutor con dos pescadores chinos de 23 y 27 años. Su visión contrasta con la idea de que los pescadores asiáticos “invaden” las calles de Montevideo los días que residen acá: “La vida de ellos acá es trabajar de mañana y de tarde, luego cenar en el barco, y quizá diez, diez y media salir por acá, pero normalmente no”. Los pescadores no suelen hablar inglés ni español, y tampoco buscan comunicarse con los uruguayos. “Sí, muchos de ellos se quedan en el barco. Conocer no les interesa, salen poco, y la comida del barco es buena. Esperan que sea el momento para irse a sus casas o seguir trabajando en el mar”, explica Simon Lee.
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