Fuente: La Nación
Si algo tiene en claro Lula es que, para cumplir con los ríos de tinta que profetizan su ascenso a potencia mundial de su presente emergente, debe primero proveer de una infraestructura acorde al salto cualitativo que la nación que preside pretende dar.
Posicionar industrias y sectores, con billonarias inversiones, no consiste solamente en acciones aisladas de créditos blandos o agresivas políticas de promoción del país en el exterior, con miras a atraer más y más capitales a la economía. Se trata, además, de propiciar caminos, vías de ferrocarril, hidrovías, flotas de transporte, depósitos y puertos a la altura de la circunstancia, es decir, con alto poder "lubricante" para el comercio exterior de bienes brasileños y del exterior.
La semana última se conoció un anuncio en este sentido. Brasil -que cuenta con una Secretaría Especial de Puertos, dependiente directamente de Lula- creará un nuevo régimen para la concesión de puertos marítimos privados. Lo novedoso es que no se establecerán restricciones de carga propia para el inversor interesado, condición necesaria en el actual sistema.
Este modelo flexible de construcción de terminales portuarias privadas apunta a recibir, en 10 años, inversiones por entre 15.000 y 20.000 millones de dólares.
El gobierno establecerá proyectos prioritarios y llamará a licitación. Quien gane podrá operar la terminal durante 25 años, período prorrogable a otros 25 años más.
A la hora de definir los proyectos viables, no sólo se tendrá en cuenta los análisis de viabilidad y de prospección logística, sino que se tendrá en especial consideración qué inversiones complementarias se contemplan en materia de caminos y vías de ferrocarril.
Brasil representa un negocio para las terminales y las navieras de 6,6 millones de TEU por año.
La competencia será fenomenal, y seguramente problemática. Pero el resultado final, que se verá en décadas, es lo que verdaderamente importa.
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