lunes, 4 de febrero de 2008

Crónica de un naufragio

Fuente: Proceso
Rosa Santana

Cd. del Carmen, Cam., 4 de febrero (apro).- El pasado 11 de octubre, el barco Seba’an zarpó poco después de las cinco de la tarde de la terminal marítima de Petróleos Mexicanos ubicada en el puerto industrial de la Laguna Azul, con ocho tripulantes y 168 trabajadores, de los cuales 135 prestan sus servicios en la empresa Cotejar y 33 más en la empresa Mantenimiento Marítimo de México (MMM).

Todo estaba aparentemente en orden y el navío, que pertenece a la empresa Oceanografía, inició la travesía con destino a las plataformas petroleras. Sin embargo, antes de llegar a la zona de plataformas sufrió un desperfecto y zozobró.

Los trabajadores y la tripulación al mando del capitán, Agustín González Briones, quedaron a merced de las turbulentas aguas de la Sonda de Campeche al fallar los equipos de emergencia de la nave y a consecuencia de la impericia de la propia tripulación.

Con excepción de un trabajador, el resto de la tripulación logró salvar la vida. El percance puso los ojos de nueva cuenta en la empresa Oceanografía, una de las más favorecidas en el sexenio de Vicente Fox con la prestación de diversos servicios marítimos a Petróleos Mexicanos en la Sonda de Campeche.

La reportera obtuvo el relato de algunos de los sobrevivientes del naufragio que a punto estuvo de costar la vida 168 personas aquel 11 de octubre de 2007 y que pretenden utilizar como prueba en la denuncia que presentarán contra la naviera propiedad de Amado Yáñez Osuna.

De acuerdo con dichos relatos, el reloj marcaba las 13:30 horas cuando los pasajeros del Seba’an comenzaron a llegar a la terminal marítima de Pemex. Por norma, antes de pasar al área de espera, los trabajadores tienen que someterse a una exhaustiva revisión que lleva a cabo personal de seguridad de la paraestatal.

La travesía en ese barco, que les fue asignado por el área de apoyo logístico de Pemex, comenzó a las 17:18 horas. Cuentan los sobrevivientes: “Al ingresar a la embarcación, los trabajadores ocupamos una área especialmente acondicionada y durante el trayecto proyectan una película como parte del entretenimiento. Cabe mencionar que no hubo instrucciones de seguridad por parte de la tripulación, para ubicarnos las salidas de emergencia, balsas salvavidas, extintores, tipos de alarma, etcétera”.

Cuentan, además, que la tripulación no se distinguía de los trabajadores porque no portaban uniforme y refieren que el “capitán andaba en short y chanclas”. Nunca, dicen, se presentó con nosotros.

En su relato, mencionan que 15 minutos después de haber iniciado el viaje, el navío tuvo un primer desperfecto. Solventada la falla, la embarcación siguió su camino hacia las plataformas de Pemex.

Subrayan, sin embargo, que los problemas continuaron durante la navegación. Por ejemplo, apuntan que empezó a llover y que el agua se filtró dentro de la embarcación.

Más tarde, a eso de las 18:00 horas, dicen, “se escuchó un fuerte golpe, inicialmente pensamos que había sido producto de la marejada”. Pero cuando se percataron de que la tripulación del barco abandonó súbitamente el área de cabinas, sospecharon lo peor.

Sin embargo, después de minutos de tensión la calma volvió al navío. El viaje continuó sin más complicaciones hasta que alrededor de las 19:00 horas, cuando la mayoría de los trabajadores dormitaba, una fuerte sacudida los despertó. De pronto, las luces del navío se apagaron con el choque de las broncas olas.

Con las fuertes sacudidas, Juan, uno de los trabajadores, se mareó y se dirigió al baño ante la imposibilidad de contener el vómito.

Sigue el relato: “De regreso, caminó hacia donde se encontraba una escotilla y al asomarse vio a una persona de tripulación bajar, rápidamente, al cuarto de máquinas. También alcanzó a observar chispazos de fuego. La curiosidad lo empujó a ver de qué se trataba, abrió la puerta que conducía al cuarto de máquinas y vio llamas por todos lados. De inmediato, lanzó la voz de alerta: ‘¡Fuego!’, “fuego”, gritó.

En su desesperación, Juan no supo de donde salió otro de sus compañeros, quien también comenzó a gritar.

Ninguno de los dos vio salir al marinero que entró al cuarto de máquinas.

Los gritos alertaron al resto de los trabajadores y de la tripulación. A pesar de alguien trató de poner calma –“tranquilos, no pasa nada”, decía--, una parte de los trabajadores se dirigió a la salida de la proa y la otra a la de popa.

Según los sobrevivientes, los menos intentaron escapar de las llamas por otro sitio, pero se toparon con un par de puertas que sólo los condujeron a otro nivel de la embarcación, donde fueron detenidos por los tripulantes que les bloquearon la salida: “¿Por qué salen, si nadie les ha dado la orden?”, les dijeron.

Sin embargo, el temor a ser alcanzados por el fuego pudo más y buscaron las salidas de la proa, siguiendo las indicaciones que, a gritos desde babor y estribor, les daban sus compañeros que ya estaban fuera.

La alarma contra incendios sonó hasta que el humo invadió el interior de la embarcación. Cuando eso sucedió, el grueso de los trabajadores ya estaba en cubierta.

En otra parte del barco, un trabajador que salía por popa-estribor alcanzó a ver un generador en llamas. Un marinero se cruzó en su camino y le pidió un extintor, pero el trabajador sólo se limitó a indicarle el sitio donde se encontraba el extintor.

El marinero tardó varios minutos en dar con el tanque; lo toma y tratar de accionarlo, pero el extintor no funcionó. El marinero regresa por el mismo camino y le pregunta a uno de sus compañeros de la tripulación que dónde estaban los extintores y éste responde: “no sé, no soy de aquí, yo acabo de subir”.

Según el relato de los sobrevivientes, otro pasajero irrumpió en la cabina del capitán, en busca de los equipos de emergencia. Por fin, debajo de la cama, encontró un extintor. Lo tomó y le preguntó a un compañero que dónde guardaban las luces de bengala y en respuesta sólo recibió un “no sé”.

Presuroso, se dirigió entonces al sitio donde se encontraba el generador en llamas, pero nada pudo hacer porque el extintor volvió a fallar. El marinero encontró otro “de cápsula, pero tampoco funcionó.

Sin saber qué hacer, uno de los trabajadores se dirigió al puesto de mando y le preguntó al capitán si tendrían que abandonar el barco. El oficial respondió afirmativamente.

De regreso a donde se encontraba el grupo, el trabajador observó que dos de sus compañeros habían colocado una manguera contra incendios, pero al abrir la válvula de se llevaron la sorpresa de que no había agua corriente en el hidrante. Lo mismo sucedió con otra manguera.

Alguien les hizo llegar las bengalas y de inmediato las lanzaron al aire.

En medio del caos, un grupo de trabajadores decidió tomar la iniciativa y decidir ir una balsa salvavidas y lanzarla al agua. Uno de trató de impedirlo, pero no tuvo éxito. La balsa fue lanzada, pero el cabo se reventó y ésta se perdió en la inmensidad del mar.

Alguien da la orden de echar al agua el resto de las balsas y ponerse a salvo, pero una de ellas no se abrió y, otra más, fue alcanzada por el fuego.

Un trabajador, identificado como Carlos, se encaminó a babor en busca de las más balsas, pero ya dos de sus compañeros habían logrado lanzar dos balas al agua con éxito. Sin embargo, los trabajadores tardaron en descender porque una densa nube de humo lo impidió.

Con las llamas fuera de control, el navío comenzó a girar sin control.

Carlos asume el control de la situación e invita a sus compañeros a abandonar lo más rápido posible el barco. “Salten y formen grupos. Traten de agruparse al estar en el agua, guarden la calma…”, gritaba con todas sus fuerzas.

De pronto, se escuchó una explosión y el puente de mando cayó. Eso hizo que los trabajadores que esperaban turno para descender, saltaran al agua.

Minutos después, se escuchó una voz que ordenó ya no saltar al mar porque ya venía la ayuda.

El capitán de la nave apareció finalmente, sólo para indicar que “esas embarcaciones no se acercan al Seba’an por su propia seguridad… el rescate será en el agua”.

Carlos fue el último pasajero en saltar, “dejando atrás sólo a la tripulación. En el agua se encuentra a uno de sus compañeros tratando de abrir una balsa, que nunca logró inflar. Los dos forcejearon con los flejes de la balsa, pero no consiguieron abrirla.

Y dejaron de intentarlo al escuchar una voz que pedía ayuda. Carlos y su compañero nadaron hasta donde provino el grito de auxilio. Era una mujer que no sabía nadar.

Los náufragos permanecieron en el agua hasta las 22:00 horas. En ese lapso, vieron flotar un cadáver que después sabrían en vida llevó el nombre de Gualberto Márquez Jiménez, un trabajador de la empresa Cotemar, de oficio soldador y originario de Paraíso, Tabasco.

El rescate ocurrió minutos después. Al subir al barco Bornie-Mc Call, “uno de sus tripulantes comentó que el capitán de la Seba’an pidió auxilio en la frecuencia equivocada, por lo que en algún momento se pensó que se trataba de una broma. La Berny acudió al ver las bengalas”.

En total, según comunicó Petróleos Mexicanos al día siguiente, fueron cinco las embarcaciones que participaron en el rescate: C-Acclaim, Magnum-Tide, Bornie-Mc Call, O´Neil y Fernanda. Propiedad de Oceanografía, esta última fue la que remolcó a la Seba’an hacia aguas bajas. Extrañamente, en el trayecto el barco siniestrado se hundió. En los muelles, la versión que predomina es que el barco fue hundido intencionalmente.

Según la versión de Pemex, tras el incendio “como medida precautoria se procedió a la evacuación de los pasajeros a través de balsas salvavidas, y se alertó a las embarcaciones cercanas al lugar del incidente para que iniciaran con el apoyo del rescate de los trabajadores”.

Pero los sobrevivientes aclaran que no “evacuaron”, sino que “abandonaron” el barco Seba’an.

También al día siguiente, Oceanografía emitió un boletín en el que resaltó el desempeño del capitán González Briones y de la tripulación. Según la empresa, “gracias a su experiencia y pericia lograron controlar la lamentable situación, mitigar los daños al máximo posible, privilegiando la vida humana”.

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