Fuente: La Historia Paralela
Algún día no lejano Cuba será de nuevo patria de hombres libres, reincorporándose a la comunidad de naciones civilizadas. Cuando eso ocurra tendrá que mirar al futuro en el horizonte azul del mar que la rodea. Para eso necesitará no solamente una adecuada flota pesquera y una marina mercante cuyas embarcaciones no dilapiden sus cascos por falta de mantenimiento, sino también una Marina de Guerra capaz de vigilar y defender sus costas, no la supervivencia de una satrapía totalitaria.
“La mayoría de los británicos tiene una relación directa y personal con las realidades del poderío naval y del comercio marítimo que este protege”
John Keegan (“The Price of Admiralty”)
En las islas-naciones la ausencia de fronteras vivas con otros países impone a gobiernos y pueblos por igual considerar las costas como fronteras. Un estudio básico de la historia del Imperio Británico y del Archipiélago de Japón nos muestra una inclinación instintiva de ambas naciones hacia el mar. El mar como vía de transporte para las vitales mercaderías. El mar como bastión para defender independencia e intereses nacionales. El mar incluso como modus vivendi. Mirar al mar es la necesidad de las islas cuando aspiran a ser naciones.
La natural tendencia isleña al mar se observa también en las penínsulas. No perdamos de vista que los grandes exploradores y navegantes del pasado como los vikingos, quienes arrastraban una bien ganada notoriedad de crimen y pillage, tuvieran su origen en la Península Escandinava y en la diminuta Dinamarca, también una península-nación..
Los primeros navegantes del Mediterráneo extendieron la clásica cultura greco-latina a los cuatro puntos cardinales, primero desde la península griega e islas circundantes y más tarde en los énclaves marítimos de la “bota” italiana, tanto en la costa oeste, desde la Génova del “Mare Nostrum”, como al este, desde la Venecia del Adriático. Un explorador de ese puerto, Marco Polo y los portugueses Vasco de Gama y Magallanes realizaron también una labor inversa, descubriendo para el Occidente la milenaria cultura oriental.
No fue por casualidad que su descubridor, junto a todos los más destacados navegantes explorando y conquistando el Nuevo Continente, partieran de la Península Ibérica. Desde el extremeño Hernán Cortés, pasando por el portugués Fernando de Magallanes y su lugarteniente y heredero capitaneando la “Victoria”, el vasco Juan Sebastián el Cano, todos tuvieron como punto de partida esa Península, la más occidental de Europa, que avanzando hacia el Atlántico comprende las naciones de España y Portugal.
Aunque muchos cubanos aún no se hayan percatado, el mar y el poderío marítimo no sólo han impreso un sello indeleble en la historia de nuestra isla, sino que ciertas importantes acciones navales resultaron parcialmente en la forja de nuestra identidad como nación. De acuerdo a más de un serio historiador, la nacionalidad cubana se manifestaría por la primera vez como respuesta a la ofensiva británica contra España en el Mar Caribe y “side kick” de la Guerra de los Siete Años. Ese corto período histórico era llamado en nuestras escuelas elementales “La toma de La Habana por los ingleses”.
Al final de un sitio de dos meses a partir del 6 de junio de 1762, la flota expedicionaria comandada por George Keppel Earl de Albemarle obtuvo la victoria, tomando la ciudad que en ese entonces ya contaba con unos 35,000 habitantes. Las fuerzas españoles capitularon tras la voladura del Castillo del Morro, principal fortificación española al este de la bahía habanera. Los ejércitos coloniales de Cuba no contaban con efectivos en número suficiente para oponerse al invasor y dependían por completo de sus parapetos y murallas.
Sin embargo, un legislador del Cabildo de Guanabacoa llamado José Antonio Gómez resistió con una improvisada tropa de criollos y, aunque también derrotado y muerto en combate, su acto quijotesco se anota como la primera defensa de suelo cubano por nativos de ascendencia española. Once meses más tarde, los británicos negociaron el retorno de La Habana a la administración de Madrid, a cambio de Florida.
Existe escaso conocimiento histórico de la importancia que tuvieron las expediciones “filibusteras” en la campaña cubana de independencia de 1895 a 1898. Sin esas contínuas operaciones navales de aprovisionamiento y desembarco de insurgentes desde Estados Unidos, la independencia cubana nunca hubiera podido materializarse. Héroe indiscutido de estas operaciones fue el General del Ejército Libertador Emilio Núñez, quien dirigiera el “Departamento de Expediciones” de la Junta Revolucionaria. Los cubanos, utilizando el irónico “choteo” iconoclasta que siempre los ha caracterizado, lo llamaban cariñosamente “el Almirante”.
No puede hacerse la historia del éxito de esa campaña naval de gato y ratón con las cañoneras coloniales (¡y las norteamericanas hasta 1898!), sin hacer especial honor a los nombres de muchos “gunrunners” norteamericanos, entre ellos Napoleón Bonaparte Broward, futuro Gobernador de Florida en 1905, cuyo nombre inmortaliza un populoso condado del sur de ese estado. Broward era capitán del buque “Three Friends”, que junto al “Dauntless” del legendario “Dynamite” Johnny O’brien, mantuvieron constante aprovisionamiento de la insurrección burlando los esfuerzos de Weyler, hasta el instante mismo de desatarse la guerra entre Washington y Madrid.
El amable lector puede imaginarse el destino de quienes eran apresados por las unidades españolas en el estrecho de la Florida con armas, pertrechos o soldados, para reforzar la insurrección cubana. Encarando ese peligro mortal, la “Marina de Guerra” insurrecta perseveró. En 1896 los barquitos de Núñez lograron desembarcar 30 veces con éxito en suelo cubano. Eso era más del doble de todos los desembarcos que arribaran a Cuba durante la Guerra de los Diez Años (1868-78). En una de las últimas expediciones desde Tampa en junio de 1898, Núñez logró hacer llegar a Cuba 600 soldados y 7,000 rifles.
Algún día no lejano Cuba será de nuevo patria de hombres libres, reincorporándose a la comunidad de naciones civilizadas. Cuando eso ocurra tendrá que mirar al futuro en el horizonte azul del mar que la rodea. Para eso necesitará no solamente una adecuada flota pesquera y una marina mercante cuyas embarcaciones no dilapiden sus cascos por falta de mantenimiento, sino también una Marina de Guerra capaz de vigilar y defender sus costas, no la supervivencia de una satrapía totalitaria.
Cuando medio siglo de corrupto totalitarismo sea sólo un recuerdo sombrío, Cuba dedicará menos tiempo y recursos a fuerzas terrestres que desde nuestra independencia de España poco han contribuído a salvaguardar la paz, la integridad territorial o las instituciones de la República. Nuestro principal esfuerzo defensivo debe encaminarse al desarrollo de un arma aeronaval compuesta por profesionales, capaz de impedir el asedio de los dos grandes peligros futuros: contrabando y terrorismo.
Cuba es una isla. La más importante de este Hemisferio. Miremos hacia el mar.
Autor: Hugo J. Byrne
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